¿Cambiará España después del batacazo?
Es posible que algo bueno salga de los crímenes y castigos habidos en España. Tal vez cambien de manera permanente las malsanas relaciones entre lo que antiguamente llamaban la clase dirigente y los políticos.
Me explico. Al Partido Popular (PP) lo destrozó la corrupción. Muy poca gente creía en su inocencia. Por eso, Mariano Rajoy perdió el poder. Algo parecido a lo que le sucedió a la Democracia Cristiana italiana a principios de la década de los noventa. La severidad de las sentencias de los jueces españoles contra los responsables de la Operación Gürtel fue devastadora. Era la perfecta coartada para liquidar al PP mediante una moción de censura en el Parlamento.
No es que 180 diputados sufrieron un espasmo súbito de honradez. Fue el instinto matador de los políticos. Vieron una oportunidad de tirarse a la yugular de la derecha y la aprovecharon. Unos por razones ideológicas. Eran sus enemigos de clase. Otros por cuestiones de identidad. Veían al PP como los promotores del españolismo: ese supranacionalismo que ahoga a los otros nacionalismos regionales.
Muchos de ellos pertenecían a partidos que no estaban libres de pecado. Los liberales de Convergencia habían tenido que refundarse como Partido Demócrata Europeo Catalán (PDeCat) por graves casos de corrupción. Los comunistas de Podemos han sido acusados de recibir dinero de Irán, los mayores patrocinadores del terrorismo islamista, y de financiarse con dinero de Venezuela, un pavoroso narco-Estado que, según Transparencia Internacional, encabeza la lista de las naciones latinoamericanas corruptas, lo que ya es mucho decir.
Más corrupción.
Es probable que al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) le suceda lo mismo con los casos ERE. Pronto los tribunales dictarán las sentencias y los aliados de la víspera sentirán otra vez el instinto matador. ERE es el acrónimo de Expediente de Regulación de Empleo. Si las trampas con el dinero público que llevaban a cabo algunos tipos inescrupulosos del PP, o de su entorno, se centraban, fundamentalmente, en Madrid, Valencia y Galicia, los socialistas inescrupulosos recurrían, en primer lugar, a Andalucía, territorio que han gobernado durante muchos años.
Los delitos cometidos son similares: apropiación indebida, blanqueo de capitales, falsificación de documentos públicos, tráfico de influencia, cohecho (soborno) activo o pasivo y un vasto etcétera. Por eso las sentencias son tan severas: cada delito conlleva una pena. Se suman las penas y surgen esas cifras terroríficas.
Lo que sigue no son mis reflexiones, sino las de Douglass North, uno de los grandes pensadores norteamericanos del siglo XX, Premio Nobel de Economía en 1993.
Durante milenios los cortesanos emprendedores y los jefes políticos se han repartido las rentas más suculentas en detrimento del pueblo llano. Ambos grupos se retroalimentan. Son las “sociedades de acceso limitado”. Pero, a fines del siglo XVIII, ocurrió la revolución en Estados Unidos y, de pronto, unos granjeros blancos, descendientes de británicos, se vieron conminados a organizar un Estado independiente.
Como se habían enfrentado a la monarquía inglesa y a sus aristócratas, proclamaron que todos los ciudadanos eran iguales ante la ley y poseían los mismos derechos y obligaciones. Pero no lo hicieron de una manera retórica hueca, sino porque realmente lo creían. Solo que ese principio los llevó a fundar la República sobre la base de la meritocracia, el mercado, la renovación permanente de los servidores públicos mediante la regla de la mayoría y la subordinación de todos a la Constitución. Habían creado, sin proponérselo, la primera “sociedad de acceso abierto”.
Como el experimento dio resultados de inmediato, contra el criterio de los viejos poderes europeos, poco a poco algunas de las naciones comenzaron a copiar el modo de comportamiento estadounidense, adaptándolo a sus tradiciones y valores. Ese es el caso de Holanda, la propia Inglaterra, Francia, los países escandinavos e incluso naciones ajenas a Occidente como Japón o Corea del Sur para un total de 20 o 30 naciones de “sociedades de acceso abierto”.
Es probable que España, a partir de ahora, se sume a ese pelotón de cabecera. Si es así, la sacudida ha valido la pena.
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Como tantas otras, la palabra milagro tiene varios significados, pero el principal, según el DRAE, es este: “Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino”. De esta manera, lo milagroso queda relegado al ámbito de lo místico, aunque el diccionario debería mejorar la definición aclarando que los milagros, por ser poco frecuentes, no son estadísticamente significativos.
Esto no quiere decir que pretendemos negar la existencia de testimonios fidedignos sobre diversos acontecimientos milagrosos, pero sabemos muy bien que el porcentaje de padecimientos humanos aliviados por esa vía resulta extremadamente reducido una vez que tomamos en cuenta las densidades demográficos de diferentes épocas.
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Habríamos esperado que, de esta forma, nuestro abordaje del tema de lo milagroso resultara satisfactorio para creyentes y no creyentes; sin embargo, nos hizo entrar en serias dudas la sospecha de que en estos tiempos de los influencers es imperativo incluir, en el diccionario de la lengua española, esta nueva definición: “Publimilagro: una afirmación contradictoria con las leyes naturales, cuya realidad se fundamenta en la opinión inapelable de una falsa o verdadera autoridad reputada de infalible”. Observemos que, si bien los milagros místicos no son tan comunes como para que su desencuentro con el conocimiento científico resulte engorroso, los publimilagros tienen propensión a convertirse en creencias sagradas porque son numerosos y gozan de exposición mediática. De hecho, ningún relacionista público vacilaría en presentar un artilugio tecnológico más o menos ingenioso como “el gran descubrimiento que salvará a la especie humana” de algo.
Si el milagro místico es una desviación real o imaginaria de las leyes naturales, el publimilagro es un intento racional, tal vez taimado, de hacernos creer que a la naturaleza se le puede engañar. En el primer caso, lo que ocurre “porque Dios lo quiso” complace al individuo sin poner en peligro a la colectividad; en el segundo, lo que se impone “porque fulano lo dijo” puede resultar catastrófico para millares de personas.
Con el primero, la credulidad termina, a lo sumo, siendo incomprensible; con el segundo, se llega, desde la insensatez, a una certeza inútil.
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Es posible que algo bueno salga de los crímenes y castigos habidos en España