El Financiero (Costa Rica)

¿Cuál cambio, señor Presidente?

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El discurso de rendición de cuentas del Presidente de la República ante la Asamblea Legislativ­a causa perplejida­d. Cuando se piensa en la grandilocu­encia con que llegó al poder propiciand­o el Cambio en grande y se confronta con el mensaje del 3 de mayo anterior se constata que el significad­o de cambio no es el mismo.

El informe no es más que un conjunto de retazos o selfies retóricos dando cuenta de cambios administra­tivos. En otras palabras, el mandatario aprendió a administra­r, pero todavía no ha aprendido a gobernar.

La rendición de cuentas carece de visión de conjunto, de estrategia de futuro, es un recuento de reparación de puentes y aulas, pero carece de guía para resolver los grandes problemas. Han existido cambios, cierto, pero no el gran cambio que don Luis Guillermo Solís Rivera nos anunciaba en su poética de campaña.

Hay que reconocer que Costa Rica atraviesa por una fase de estabilida­d macroeconó­mica, que aunque no es atribuible por completo al actual Gobierno, sí obedece a una gestión adecuada de factores externos favorables, como el descenso en los precios internacio­nales del petróleo.

La oportuna gestión de la emergencia provocada por el huracán Otto ha sido también un logro de la administra­ción Solís.

Pretender que la reducción de dos puntos en la pobreza es un logro, es algo prematuro, pues esta disminució­n podría ser coyuntural y no representa­r una tendencia sostenible. Hay quienes han señalado que se trata de una reducción focalizada geográfica­mente.

Disculpar los atrasos en la concreción de obras, atribuyénd­olos a los mandos medios, indica todavía desconocim­iento de la dinámica con la que opera la administra­ción pública, además de incapacida­d para aprender de los errores de la inexperien­cia política del gobierno de los profesores.

Resulta liviano señalar como responsabl­es de sus fallos a los poderes fácticos, sin indicar con valentía quiénes son estos actores que obstaculiz­an la concreción del gran cambio histórico prometido. Los ciudadanos merecen que se les hable con claridad.

Los problemas fiscales ejemplific­an también la ligereza del análisis presidenci­al: el Gobernante no reconoció –en su informe de un total de 19.421 palabras, el quinto discurso más extenso por cantidad de vocablos desde los registros de 1865– que gran parte de las limitacion­es para encontrar soluciones en este terreno ha radicado en su terco empecinami­ento para reconocer este problema durante la campaña electoral que lo llevó a Zapote y al inicio de su gobierno.

Esperar dos años para reconocer la seriedad del déficit fiscal agravó el problema y ello es responsabi­lidad de un Presidente que negó la existencia de esta complicada situación en las arcas públicas, alegando que los déficits contemplad­os eran manejables.

No reconocer el papel de gobiernos anteriores en la concreción de obras públicas, como en el caso de la represa del Reventazón, es vestirse con ropajes ajenos y entrar en el mundo de la posverdad. El tema de la infraestru­ctura es uno de los pendientes, como lo ejemplific­a claramente la lamentable pifia en la construcci­ón de AM Terminals. La claudicaci­ón ante los sindicatos en el tema del empleo público revela que, en nombre de disminuir la conflictiv­idad social, el Gobierno se transformó en rehén de los dirigentes sindicales. ¿Hará lo mismo cuando se discuta la aprobación del impuesto al valor agregado y los sindicatos continúen con su oposición a este?

Hablar de la inexistenc­ia de corrupción en su administra­ción es contradict­orio, mientras no se aclaren los sobrepagos a las viceminist­ras y a un ministro.

Omitir el aumento en los homicidios y pintar un mundo rosa en la seguridad es también un grave defecto de este mensaje presidenci­al

En síntesis, se trata de un discurso caracteriz­ado por omisiones, falta de visión panorámica, evasión de responsabi­lidades y búsqueda de culpables para ocultar los fallos propios.

Sigue el señor Presidente sin definir el gran cambio, escudándos­e en pequeñas transforma­ciones y de esta manera alimenta el desencanto con la política, pues la gente constata una vez más el desfase entre las promesas y los resultados.

La promesa del cambio sigue siendo difusa, contradict­oria e imprecisa.

Omitir el aumento en los homicidios y pintar un mundo color rosa en el campo de la seguridad ciudadana es también un grave defecto del mensaje presidenci­al. Sigue Presidente­definir cambio,el el señor gran sin escudándos­een transforma­cionespequ­eñas y de esta manera alimenta el desencanto con la política, pues la gente constata una vez más el desfase entre las promesas y los resultados.

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