La Opinión - Imágenes

Homilía de su Santidad Juan Pablo II en Lourdes, en la Asunción de la Virgen María

(15 de agosto de 2004)

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1 “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Las palabras que María dirigió a Bernardita el 25 de marzo de 1858 resuenan con intensidad. Deseaba vivamente realizar esta peregrinac­ión a Lourdes, para recordar un acontecimi­ento que sigue dando gloria a la Trinidad una e indivisa. La concepción inmaculada de María es el signo del amor gratuito del Padre, la expresión perfecta de la redención llevada a cabo por el Hijo y el inicio de una vida totalmente disponible a la acción del Espíritu.

Bajo la mirada materna de la Virgen, os saludo, queridos hermanos y hermanas. Saludo a los peregrinos de diversas partes del mundo. Que la Virgen santísima os haga sentir su presencia y reconforte vuestro corazón.

2 En María nos impresiona, ante todo, la atención, llena de ternura, hacia su prima anciana. Se trata de un amor concreto, que se compromete personalme­nte en una asistencia auténtica. La Virgen se da a sí misma, sin pedir nada. Ha comprendid­o perfectame­nte que el don recibido de Dios, más que un privilegio, es un deber que la compromete en favor de los demás con la gratuidad propia del amor.

3 “Proclama mi alma la grandeza del Señor...” (Lc 1, 46). Los sentimient­os a oran con fuerza en el cántico del Magní cat. Sus labios expresan la espera, llena de esperanza, de “los pobres del Señor”, la conciencia del cumplimien­to de las promesas, porque Dios “se acordó de su misericord­ia”.

Precisamen­te de esta conciencia brota la alegría de la Virgen María, que se re eja en todo el cántico: alegría por saberse “mirada” por Dios, a pesar de su “humildad” (cf. Lc 1, 48); alegría por el “servicio” que puede prestar, gracias a las “maravillas” a las que la ha llamado el Todopodero­so (cf. Lc 1, 49); alegría por gustar anticipada­mente las bienaventu­ranzas escatológi­cas, reservadas a los “humildes” y a los “que tienen hambre” (cf. Lc 1, 52-53).

Después del Magní cat viene el silencio: de los tres meses de permanenci­a de María al lado de su prima Isabel no se nos dice nada. O, tal vez, se nos dice lo más importante: el bien no hace ruido, la fuerza del amor se mani esta en la discreción serena del servicio cotidiano.

4 Con sus palabras y su silencio, la Virgen María se nos presenta como modelo en el camino. No es un camino fácil: la humanidad lleva en sí la herida del pecado. Pero el mal y la muerte no tendrán la última palabra. María lo con rma como testigo de la victoria de Cristo, nuestra Pascua.

Por eso los eles acuden en multitudes a esta gruta para escuchar las exhortacio­nes de “la mujer vestida de sol” (Ap 12, 1), la Reina que resplandec­e e intercede en su favor.

5 Los dogmas de la Inmaculada Concepción y la Asunción están íntimament­e unidos entre sí. Ambos proclaman la gloria de Cristo Redentor y la santidad de María, cuyo destino humano ya desde ahora está perfecta y definitiva­mente realizado en Dios.

María es la prenda del cumplimien­to de la promesa de Cristo. Su Asunción se convierte en “signo de esperanza segura y de consuelo”.

6 Amadísimos hermanos y hermanas, desde la gruta de Massabiell­e la Virgen Inmaculada nos habla también a nosotros. Escuchad ante todo vosotros, jóvenes, que buscáis una respuesta capaz de dar sentido a vuestra vida. Aquí la podéis encontrar. Es una respuesta exigente, pero es la única respuesta que vale. En ella reside el secreto de la alegría.

Desde esta gruta os hago una llamada especial a vosotras, las mujeres. Al aparecerse en la gruta, María encomendó su mensaje a una muchacha, como para subrayar la misión peculiar que correspond­e a la mujer: ser en la sociedad de hoy testigo de los valores esenciales que sólo se perciben con los ojos del corazón. Os correspond­e ser centinelas del Invisible. A todos os dirijo un apremiante llamado para que hagáis todo cuanto esté a vuestro alcance a n de que la vida sea respetada. La vida es un don sagrado.

MI MENSAJE (JUAN PABLO II)

La Virgen de Lourdes tiene, por último, un mensaje para todos. Sed mujeres y hombres libres. Pero recordad: la libertad humana es una libertad marcada por el pecado. Ella misma necesita ser liberada. Cristo es su liberador “. Defendedla. A ella os encomiendo. Caminad con María por las sendas de la plena realizació­n de vuestra humanidad.

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Visita de Juan Pablo II a Lourdes.

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