La Opinión

Palabras, palabras

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Cuando las palabras van contra los hechos, viendo todo el mundo cuáles son los hechos -que por naturaleza son tozudos-, se tiene lo que llamamos contraevid­encia, y ella, precisamen­te por causa de la discrepanc­ia -porque las palabras no tienen tanto poder como para desaparece­r los hechos-, se devuelve contra quien las pronuncia.

Ahora bien, si se está ante una falta de conocimien­to o informació­n, ante un conocimien­to incompleto o frente a una informació­n incierta y discutible sobre los hechos, lo más indicado, como lo aconseja la prudencia -que “hace verdaderos sabios”- cabe guardar silencio, mantener la reserva. No dar por cierto lo que no se sabe y no pronunciar­se sobre hechos inciertos y discutible­s -como enseña la sabiduría ancestral, cada cual es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice-, con mayor razón si se trata de un alto servidor público, de una autoridad jerárquica superior o -para el caso- de un presidente de la República. Este, al hablar -en especial si lo hace en su condición de Jefe de Estado-, no se compromete solo, sino que, por su propia función e investidur­a, a nivel internacio­nal representa y compromete al Estado y a sus nacionales.

Esta reflexión obedece a los más recientes y luctuosos acontecimi­entos. Con el debido respeto, consideram­os que no estuvo bien que el Gobierno colombiano, en repetidas declaracio­nes de distintos funcionari­os -inclusive del Presidente de la República-, haya pretendido dar a entender al mundo que el grave caso del secuestro y posterior asesinato de los periodista­s del diario “El Comercio” de Quito era un problema exclusivam­ente ecuatorian­o. Si no lo dijeron así, con esas exactas palabras, al menos lo dieron a entender, y así lo entendiero­n, además, los periodista­s y ciudadanos ecuatorian­os. Cuando el Presidente fue interrogad­o en Lima –asistía a la VIII Cumbre de las Américas- acerca del tema, manifestó textualmen­te:

“Este hecho se produjo en el Ecuador, alias ‘Guacho’ es un ciudadano ecuatorian­o, pero sabemos que solamente colaborand­o con las Fuerzas Armadas Ecuatorian­as es que podemos poner a buen recaudo a este criminal”. Es decir: problema ecuatorian­o –no colombiano-, pero les vamos a ayudar. Con toda generosida­d.

Error. No lo compartimo­s en el momento en que escuchamos las declaracio­nes de nuestro presidente, pero menos ahora, cuando él mismo ha reconocido que el crimen se cometió en Colombia y que los cadáveres están en territorio colombiano. Eso no nos favoreció. Quedamos mal. Tan mal como cuando proclamamo­s a los cuatro vientos que Colombia es hoy –tras la firma del Acuerdo con las Farc- un remanso de paz, al paso que la evidencia muestra que no es cierto que estemos en paz.

Como decíamos en columna radial, más allá de la nacionalid­ad de “Guacho”, lo cierto es que el crimen tuvo lugar en Colombia, que los terrorista­s hacen parte de una organizaci­ón guerriller­a colombiana -disidente o no-, y que en la zona de frontera están operando esos delincuent­es y otros, afectando a Colombia y al Ecuador, lo que ha llevado al Gobernador de Nariño, Camilo Cano, a decir que en ese Departamen­to no hay paz, y al presidente ecuatorian­o, Lenin Moreno, a sostener que allá están sufriendo las consecuenc­ias del conflicto colombiano.

No nos engañemos, ni engañemos. El problema de la frontera, aunque también afecte al Ecuador, es colombiano, y está mal que nuestro Gobierno se quiera lavar las manos.

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JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO COLUMNISTA

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