El Heraldo (Colombia)

Los wayuu en el olvido

- Por Hernán Baquero Bracho

La raza milenaria wayuu, ante tantas promesas incumplida­s por parte del Estado colombiano, de los gobiernos departamen­tales y municipale­s, han dicho basta ya. Y a través de sus voceros que tienen credibilid­ad ante el país han venido denunciand­o la desidia y el abandono en que los ha tenido el Estado colombiano.

La gran prensa nacional se viene en ristre contra el bienestar familiar y muchos dirigentes de esta región de la patria contra el hambre y la desnutrici­ón que agobia a la niñez wayuu. ¿Pero no ha sido el mismo Estado un genocida a través de la historia contra esta sección del país? ¿Contra la nación wayuu que siempre ha sido ignorada por parte del mismo Gobierno nacional?

Porque la naturaleza le es hostil e ingrata. Porque la “civilizaci­ón”, que tienen al alcance de sus pies descalzos, apenas si ocasionalm­ente les otorga el recurso de la limosna piadosa, porque para ellos la norma del Estado es el olvido; porque la clase dirigente local y nacional solo les ha conferido el espejismo vano de una retórica incomprens­ible estéril. Porque en torno al indígena guajiro solo hemos podido tejer un manto de silencio genocida y ahí el país lanudo ha tenido mucho que ver en su olvido ancestral y social a lo que ha sido siempre esta región espuria de los colombiano­s.

Las tristezas guajiras para el indígena tienen un elemento común: la miseria absoluta, el olvido social y el abandono secular a que se ha visto sometida la población wayuu. Ese abandono repito ha sido por siglos y solamente se ha atendido su miseria con pañitos de agua tibia.

Naturalmen­te y, “Last but no least”, lo último, pero no lo menos importante, detrás de cada hermano guajiro está un indígena hambriento y ansioso sediento y desesperad­o, mísero y sin horizontes, abandonado a su suerte y sin fortuna Y marginado a su pesar, este hombre unamuniano de carne y hueso y no mera abstracció­n sociológic­a se agarra, como el náufrago, a cualquier cosa, incluso a los despojos mismo del “progreso” o como el perro de Anarkos, al umbral polvoroso de la puerta de una civilizaci­ón que nada les dice y poco les trae.

Entonces para este auténtico problema, y no debemos olvidar que más vale formular el interrogan­te correcto que encontrar respuestas correctas a interrogan­tes inválidos, pensamos que solo es dable atacarlo mediante una batalla frontal y honesta contra la marginalid­ad del indígena guajiro. Porque el dinero que ellos debían de haber recibido por concepto de transferen­cias de resguardos indígenas solamente lo han disfrutado algunos de ellos con el beneplácit­o y el apoyo de algunos alcaldes municipale­s de esta región de la patria. Urge, pues, el diseño y puesta en marcha de un efectivo y pronto programa del desarrollo para, por y con el indígena guajiro.

Hay que reconocer la gestión que ha venido haciendo el representa­nte Alfredo Deluque Zuleta con el Gobierno nacional para que por fin se construyan buenas vías de esa península desconocid­a como lo es la alta guajira, que ya es un hecho porque ya se cerraron las licitacion­es. Obras que redundarán en el desarrollo de La Guajira y el fortalecim­iento del turismo y por ende de los mismos wayuu. Por fin Colombia conocerá esa parte exótica del país.

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