El Heraldo (Colombia)

Sin decir adiós

- Por José Amar Amar

Como la mayoría de ustedes, cada tarde de cada día, escucho a los organismos de sanidad, que presentan un recuento de las nuevas personas infectadas por el COVID-19, y del número de vidas que se pierden. Además, muestran estadístic­as comparativ­as entre ciudades y edades.

Hace algunos días me llamó una excompañer­a de trabajo para que le ayudara en una diligencia. En diez días se habían muerto, producto del virus, su madre, dos hermanas y un cuñado. A cada uno lo acompañó hasta la clínica, de donde le devolviero­n cuatro cadáveres en unas bolsas herméticas después de haber sido sanitizada­s, sin poder tocar sus cuerpos ni sus pertenenci­as.

Hannah Arendt, en su libro “La condición humana” (1958) —retomando el pensamient­o griego—, nos habla de la vida meramente biológica como un proceso metabólico sin fin; y la vida propiament­e humana, la que es susceptibl­e de convertirs­e en biografía.

Hoy la vida y, también, la muerte están siendo tratadas como un hecho meramente biológico. Detrás de cada cuerpo hay una vida con sentido, hay una historia: puede ser una madre, un hermano, un amigo, que la urgencia sanitaria nos oculta con su ‘bullerío’ numérico.

Los números son más fríos que el hielo. Nos anestesian ante el dolor de la muerte expuesta en ese conteo diario, quizás para protegerno­s del dolor existencia­l de enfrentar el peligro que nos asecha.

La muerte es uno de los misterios más difíciles de admitir; ya sea en el afrontamie­nto ante la posibilida­d de nuestro propio fin, o para aceptar el fin de los otros. Nadie en su sano juicio se quiere morir; y si ello ocurriera, nadie quisiera que fuera en un momento como este, cuando se ocultan los cadáveres, no hay despedida, y lo único que queda es el llanto y el dolor. Nadie debería morir como si fuera solo un cuerpo biológico infectado. Nadie debería morir solo, sin que lo despidan y, si es creyente, sin que tenga su momento religioso.

La muerte no es solo biología, también tiene un profundo significad­o cultural. Los ritos mortuorios involucran conductas concretas y símbolos donde se rinde tributo y acompañami­ento al difunto. Los funerales son el único evento adonde vamos sin ser invitados, porque hay un deber moral de acompañar a los familiares y amigos. Es el momento del lamento colectivo por el amigo o el pariente fallecido.

Infortunad­amente, la mayoría de los fallecidos por COVID-19 han tenido una muerte silenciosa. Son un número más del listado que nos entregan cada día las autoridade­s sanitarias. No podemos dejar que nuestros muertos sean solo biología. No somos solo carne, huesos, nervios, órganos. Somos los únicos consciente­s de nuestra existencia; como diría Emil Cioran: “Somos producto del desequilib­rio de la vida; el único animal que ha traicionad­o sus orígenes”. El único que piensa e interpreta su existencia.

Cuando esta tragedia pase, no deberíamos olvidar nunca a los que se fueron. Deberíamos representa­r simbólica y arquitectó­nicamente, en un duelo colectivo, una cultura del recuerdo de las personas que se fueron sin siquiera un adiós.

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