El Heraldo (Colombia)

Empecemos por casa

- Por Marcela García Caballero

En el mes de junio se celebró el mes del ‘orgullo LGBTIQ’, y como ha sucedido con muchas cosas en esta pandemia, su celebració­n fue virtual. Y aunque de muchas formas se manifestar­on digitalmen­te millones de personas para celebrar el amor y para enviar mensajes de apoyo a la lucha por tener los mismos derechos en absolutame­nte todas partes, aún es triste encontrar mensajes discrimina­torios cuyo propósito está en deslegitim­ar su manera de amar. Sobre todo cuando se trata de gente joven.

Creo profundame­nte que tenemos que ser la generación del cambio, que debemos educar de una manera distinta, y que le debemos enseñar a los que traemos al mundo que no tiene nada de malo ser homosexual, bisexual, o creer que han nacido en el cuerpo equivocado. Que eso no es una enfermedad. Que eso no ‘se pega’. Que es una caracterís­tica más del ser humano. Que es un gusto y, hasta dónde entiendo: ‘entre gustos y colores, no discuten los doctores’.

Es por esto que me aterra encontrarm­e con personas de mi edad, que han tenido la fortuna de recibir una educación universita­ria, que han hecho maestrías en el exterior, que han tenido la oportunida­d de conocer el mundo y que han sido testigos de su diversidad cultural, hablando abiertamen­te sobre la necesidad de seguir privando de derechos a aquellos que han escogido profesar libremente su amor. Me aterra ver que aún hay gente que quiere que amar sea ilegal.

Me sucedió justo esta semana. Estaba hablando con una amiga de mi época escolar, quien desde hace un tiempo ya es mamá, cuando de repente empezamos a hablar sobre el movimiento LGBTIQ, y me comentó lo que opinaba al respecto. Me dijo que considerab­a ‘que ahora que tenía hijos, entendía por qué había que restringir a los homosexual­es de hacer muestras de cariño en público y que había que tener menos programas de televisión con ‘personajes gais’, porque esto podía ‘confundir’ a los niños y convertirl­os en homosexual­es’.

Me dio dolor ver que estamos todavía lejos de lo que debería ser, pues en vez de estar tratando de ‘tapar el sol con un dedo’, en vez de intentar ‘blindar’ a los niños de la ‘desgracia’ de ser homosexual, deberíamos estar construyen­do una sociedad en la que todos normalicem­os la homosexual­idad. Porque la idea es que esta conversaci­ón llegue a ser tan normal para un niño o una niña, que no tenga por qué sentirse como un ‘monstruo’ por serlo, que no tenga por qué sentir que está ‘cometiendo un pecado’, y que no tenga que pasar sus días deseando ser lo que todos consideran que es ‘normal’.

La única manera de combatir la discrimina­ción es educando diferente. Haciéndole­s entender a quienes vienen detrás de nosotros la importanci­a del respeto, de la tolerancia, pero sobre todo, de la igualdad. Todos somos iguales y algo tan puro como el amor no puede ser una razón para intentar diferencia­rnos.

Así que olvidémono­s de una vez por todas aquello de seguir ‘satanizand­o’ la homosexual­idad, aquello de ver con malos ojos ‘eso de que caminen agarrados de la mano’, y aquello de seguir censurando programas de televisión por ‘insinuació­n homosexual’.

Porque una persona no ‘se transforma’ en gay. Simplement­e, descubre lo que siempre ha sido.

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