Paradojas del puente
Está muy bonito el nuevo puente Pumarejo. Cada vez que se termina una obra de esa naturaleza quedo conmovido por el esfuerzo que demanda, no exclusivamente referido a las exigencias económicas —que también son significativas—, sino a la tecnología que lo ha hecho posible. Hace apenas un par de siglos era impensable construir un puente así ni siquiera en los países más prósperos, ni pensarlo en aquellos que, como el nuestro, estaban acaso empezando a transitar por el camino del desarrollo. De modo que haber podido llevar a feliz término un proyecto tan complejo no debe motivar otra cosa que no sea admiración, beneplácito y hasta algo de asombro; porque hay que recordar que no somos inmunes a dejar las cosas a medio camino y que hay muchas iniciativas en nuestro país que nunca se acaban.
Pero claro, también es cierto que quedan cosas por hacer si queremos que el puente logre generar los impactos que se esperan. Quizá lo más imperioso es demoler el viejo Pumarejo, una omisión que por ahora deja completamente inválida la existencia del nuevo, justificada en gran medida porque permitirá que embarcaciones de gran altura puedan pasar por debajo y llegar a los puertos río arriba. Esa demolición no es sencilla, dado que cualquier alteración parcial en las condiciones del río podrá alterar el canal navegable e incluso inutilizarlo parcialmente u ocasionar inundaciones, así que no es poca cosa lo que está en juego. La idea de preservar parte de la estructura para usarla como atractivo turístico podría no ser mala, habrá que estudiar cuidadosamente las opciones para evitar alguna consecuencia indeseada, invasiones o situaciones que propicien escenarios de inseguridad.
Otro asunto pendiente tiene que ver con el cuello de botella que hay del otro lado del río, en el departamento del Magdalena. Se sabía de antemano que los seis carriles del nuevo puente tendrían que desembocar en la vieja carretera de dos carriles que llega hasta Ciénaga, con lo cual se perderían buena parte de las ventajas que supone la ampliación. Sin embargo, y a pesar de esas obvias advertencias, no se ha avanzado mayor cosa en ese aspecto. Lo malo es que por la noticias que se leen no parece haber claridad en las acciones por seguir, con lo cual este problema va para largo. Para rematar, la decisión pasa por el galimatías jurídico, legal, administrativo, político y ambiental colombiano, así que no hay que albergar demasiadas esperanzas.
Entonces, tenemos una obra de ingeniería portentosa que no estamos todavía en condiciones de aprovechar como debe ser. De hecho, salvo el relativo provecho que le han sacado algunos vendedores ambulantes, hoy ni la ciudad ni la región han observado mayores mejoras. Los barcos siguen sin pasar por debajo y la movilidad no ha cambiado. El puente es un gran avance, de eso no hay duda, pero hay que seguir trabajando para explotar todo su potencial.