Bolivia en el limbo
Es intelectualmente deshonesto pasar por alto la responsabilidad que ha tenido en los sucesos de Bolivia el propio Evo Morales, un hombre que retorció las reglas del juego democráticas para perpetuarse en el poder.
La dimisión del presidente de Bolivia, Evo Morales, y de su vicepresidente, Álvaro García, ha dejado al país andino en un limbo institucional que refleja el clima de confrontación política y social imperante desde que Morales decidió aspirar a un cuarto mandato. Algunos gobernantes latinoamericanos, como el venezolano Nicolás Maduro y el mexicano Andrés Manuel López Obrador, no han vacilado en calificar de “golpe de Estado” lo ocurrido en Bolivia. En esa figura inscriben los pronunciamientos que hicieron los jefes del Ejército y la Policía en favor de la salida de Morales con el fin de que volviera la calma en el país. El hecho de que las Fuerzas Armadas no hayan ocupado el vacío de poder permite albergar dudas sobre el alcance de su papel en los acontecimientos.
La propuesta del líder de la protesta social, Luis Fernando Camacho, de crear una junta de gobierno con presencia del alto mando militar y policial no es una buena idea, pues podría evocar otras épocas que parecían haber quedado atrás en la historia. Y daría munición argumental a quienes sostienen que lo sucedido fue un golpe de Estado. Más allá de cómo se resuelva este embrollo, sería intelectualmente deshonesto desconocer la enorme responsabilidad que ha tenido en los acontecimientos el propio Evo Morales. Un hombre que alardeaba de desapego del poder –dijo que tras su segundo mandato se retiraría a cuidar de sus cultivos de coca–, pero que, como el clásico caudillo, intentó perpetuarse en él con el pretexto de que debía cumplir la misión histórica de “refundar el país”, etc, etc.
Morales, que llegó al poder en 2006, impulsó una reforma constitucional para poder ser reelegido una vez. Pero, en medio de su segundo mandato, alegó que su primer periodo no debía contabilizarse pues no lo cobijaba la nueva Constitución, de modo que se presentó a un tercer mandato, y ganó.
En marzo de 2016, convocó a un referéndum para optar a un cuarto periodo. Perdió 51% a 49%. Sin embargo, el Tribunal Constitucional, cuyos magistrados son fieles al evismo, dictaminó que Morales tenía derecho a presentarse.
Ahí ardió Troya. Con el control de todos los resortes del poder, Evo ganó de nuevo las elecciones en medio de acusaciones generalizadas de fraude. Media Bolivia se echó a la calle. Presionado, Morales convocó nuevos comicios. Pero ya era tarde: su ambición insaciable de poder, que intentó satisfacer retorciendo a su antojo las reglas del juego democráticas, lo arrastró al abismo. Sus enemigos encontraron la oportunidad que buscaban para frenar su proyecto. Él se las dio. Lo importante ahora es que los bolivianos encuentren su camino para salir de este laberinto sin apartarse de la senda democrática.
Los enemigos de Morales buscaban, con diferentes intenciones, una oportunidad para frenar su proyecto político. Y él se las dio, con su desmedida ambición de poder.