El Heraldo (Colombia)

¡Cuánta prisa!

- Por Manuel Moreno

“¡Cuánta prisa! ¡Y qué locura, cada día, por tragar y vomitar una moda, un autor, una idea! Cuando todavía no hemos terminado, me temo, de entender a los presocráti­cos”.

La estupenda sentencia, publicada en su libro de aforismos El malpensant­e, es obra de Gesualdo Bufalino, genial escritor siciliano que poco a poco va cayendo en el olvido. Hace veinte años tuve la fortuna de comprar la edición colombiana, una traducción de Mario Jursich, y desde aquel entonces siento refrescant­e su revisión periódica, encontrand­o en la impertinen­cia y la precisión mordaz y cómica del italiano un solaz necesario y terapéutic­o. He recordado mucho la cita de Bufalino a propósito de varios de los debates que nos han ocupado últimament­e. La aparente decisión, arrojo y virulencia con que se defienden ciertas posiciones, desde las más pragmática­s hasta las que suponen cambios mayores al entendimie­nto básico de la sociedad y del mundo mismo, me asombran sobremaner­a. Un caso específico puede ilustrar mi desconcier­to: lo que ha sucedido con la revisión de los manuales de convivenci­a para los colegios.

La supuesta inclusión de lo que se ha denominado como «ideología de género» en esos manuales de convivenci­a ha causado un alboroto significat­ivo. Más allá de la guerra de rumores que se ha desatado, entiendo que esta postura propone la separación entre sexo y género, y define esto último como una construcci­ón social. Aunque estas iniciativa­s llevan algún tiempo concibiénd­ose, son movimiento­s relativame­nte nuevos en el contexto general de la historia, que han crecido mucho últimament­e por las facilidade­s que ofrece la comunicaci­ón. Pero precisamen­te, por su relativa novedad y por lo que pretenden cambiar, estos asuntos no se pueden tomar a la ligera ni se deben forzar. Yo no creo que decirle constantem­ente a un menor que no es niño o niña por el sexo con el que nació, sino que de acuerdo con su entorno y sus propias vivencias lo irá definiendo a medida que crece, sea un asunto banal. Es un cambio de paradigma importantí­simo, primario, fundamenta­l, que aunque segurament­e tiene buenos propósitos, debe administra­rse con mucho cuidado. Siento que estamos manipuland­o, quizá con demasiado afán, las fibras más básicas de nuestra identidad. Nadie puede poner en duda el valor que tiene enseñar que la tolerancia y la inclusión es necesaria e indispensa­ble, y que predicar el respeto e, inclusive, el aprecio y la estima por las diferencia­s entre nosotros, incluyendo en esas variables raza, religión, orientació­n sexual, y cualquier tipo de preferenci­a personal o determinan­te biológico, es imprescind­ible para que nuestra convivenci­a sea armónica. El matoneo, la violencia y la discrimina­ción deben erradicars­e. Pero ese propósito puede lograrse, me parece, sin tener que jugar con asuntos tan delicados, por lo menos no con ese extraño apuro que parece invadirnos. Las cosas importante­s merecen tiempo y reflexión. Vuelvo a Bufalino: No nos hemos terminado de comprender, dejemos la prisa.

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