¡Cuánta prisa!
“¡Cuánta prisa! ¡Y qué locura, cada día, por tragar y vomitar una moda, un autor, una idea! Cuando todavía no hemos terminado, me temo, de entender a los presocráticos”.
La estupenda sentencia, publicada en su libro de aforismos El malpensante, es obra de Gesualdo Bufalino, genial escritor siciliano que poco a poco va cayendo en el olvido. Hace veinte años tuve la fortuna de comprar la edición colombiana, una traducción de Mario Jursich, y desde aquel entonces siento refrescante su revisión periódica, encontrando en la impertinencia y la precisión mordaz y cómica del italiano un solaz necesario y terapéutico. He recordado mucho la cita de Bufalino a propósito de varios de los debates que nos han ocupado últimamente. La aparente decisión, arrojo y virulencia con que se defienden ciertas posiciones, desde las más pragmáticas hasta las que suponen cambios mayores al entendimiento básico de la sociedad y del mundo mismo, me asombran sobremanera. Un caso específico puede ilustrar mi desconcierto: lo que ha sucedido con la revisión de los manuales de convivencia para los colegios.
La supuesta inclusión de lo que se ha denominado como «ideología de género» en esos manuales de convivencia ha causado un alboroto significativo. Más allá de la guerra de rumores que se ha desatado, entiendo que esta postura propone la separación entre sexo y género, y define esto último como una construcción social. Aunque estas iniciativas llevan algún tiempo concibiéndose, son movimientos relativamente nuevos en el contexto general de la historia, que han crecido mucho últimamente por las facilidades que ofrece la comunicación. Pero precisamente, por su relativa novedad y por lo que pretenden cambiar, estos asuntos no se pueden tomar a la ligera ni se deben forzar. Yo no creo que decirle constantemente a un menor que no es niño o niña por el sexo con el que nació, sino que de acuerdo con su entorno y sus propias vivencias lo irá definiendo a medida que crece, sea un asunto banal. Es un cambio de paradigma importantísimo, primario, fundamental, que aunque seguramente tiene buenos propósitos, debe administrarse con mucho cuidado. Siento que estamos manipulando, quizá con demasiado afán, las fibras más básicas de nuestra identidad. Nadie puede poner en duda el valor que tiene enseñar que la tolerancia y la inclusión es necesaria e indispensable, y que predicar el respeto e, inclusive, el aprecio y la estima por las diferencias entre nosotros, incluyendo en esas variables raza, religión, orientación sexual, y cualquier tipo de preferencia personal o determinante biológico, es imprescindible para que nuestra convivencia sea armónica. El matoneo, la violencia y la discriminación deben erradicarse. Pero ese propósito puede lograrse, me parece, sin tener que jugar con asuntos tan delicados, por lo menos no con ese extraño apuro que parece invadirnos. Las cosas importantes merecen tiempo y reflexión. Vuelvo a Bufalino: No nos hemos terminado de comprender, dejemos la prisa.