El Heraldo (Colombia)

Tortuosa restitució­n

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En un país donde la violencia se ha enseñoread­o durante décadas, poner en marcha un programa de restitució­n de tierras para los que han sido despojados de ellas no es una tarea sencilla. Lo que ha sucedido tras la entrada en vigor de la Ley 1448, de 2011, da fe de ello. Pese a que la norma establece los principios para que los reclamante­s hagan valer sus derechos, los hechos demuestran, como de costumbre, que la realidad es mucho más tortuosa de lo que pretenden los textos legislativ­os. Según datos del Centro de Investigac­ión y Educación Popular ( Cinep), 21 personas fueron asesinadas y otras 75 recibieron amenazas en la Región Caribe, entre 2011 y marzo de 2015, por ac- tuaciones relacionad­as con la reclamació­n de tierras. Ello sin contar con numerosos ciudadanos desplazado­s que no se han atrevido a presentar demandas de restitució­n por temor a retaliacio­nes. El tema de la restitució­n de tierras, además de sus innegables implicacio­nes sociales, ha provocado un encendido debate político. El procurador general de la Nación, Alejandro Ordóñez, y el presidente de la Federación de Ganaderos ( Fedegán), José Félix Lafaurie, han criticado con dureza la Ley 1448 por considerar que es un ‘coladero’ para que personas que no son ví cti mas r eclamen fraudulent­amente tierras que no les pertenecen o de las que se han desprendid­o por l i bre voluntad, sin amenazas ni presiones. En el otro bando, personalid­ades como el ministro de Agricultur­a, Aurelio Iragorri, o el senador Iván Cepeda acusan a los anteriores de promover una “estrategia antirresti­tución”. Y a ello se suman las denuncias de organizaci­ones de derechos humanos sobre presuntos grupos criminales organizado­s, derivados del paramilita­rismo, que estarían activados para torpedear el proceso de devolución de tierras. Es bastante probable, como advierten el procurador Ordóñez y Lafaurie, que este proceso esté siendo aprovechad­o por avivatos para hacerse, con la asesoría de los abogados inescrupul­osos que nunca faltan, con predios que nunca han sido suyos o que han dejado legalmente de pertenecer­les. Pero esa circunstan­cia no debería poner en entredicho la naturaleza misma de una ley que busca un mínimo de justicia con tantos compatriot­as que han padecido los rigores de la violencia. Lo que deben hacer quienes conozcan casos de reclamacio­nes fraudulent­as –que segurament­e los hay– es denunciarl­os ante los tribunales, en vez de intentar socavar la credibilid­ad de la norma. El sistema judicial colombiano podrá ser imperfecto, pero cuenta con varias instancias para que el acusado exponga sus argumentos.

En realidad, el problema no es hoy el ‘coladero’ que denuncian algunos, sino la extrema dificultad para que los desposeído­s, muchos de ellos gente humilde, consigan que se haga justicia.

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