El Espectador

Pausa, plenitud, placer

- ALDO CIVICO

LLEGUÉ A ESTOCOLMO BUSCANDO una pausa en medio del torbellino de la vida moderna. Una amiga me llevó a conocer el Rosendals Trädgård, un lugar donde la naturaleza y la tranquilid­ad se abrazan en un remanso de paz. Fue como adentrarse en un mundo donde la belleza de la naturaleza no solo se observa, sino que se vive y se siente. Caminé descalzo por los jardines, practicand­o el grounding, esa sencilla pero poderosa técnica de conectar físicament­e con la tierra. Sentir la hierba húmeda bajo mis pies y la textura de la tierra fue un recordator­io de nuestra conexión primigenia con el planeta.

De hecho, el grounding no es solo una moda pasajera. La ciencia ha demostrado que esta práctica tiene efectos profundos en nuestra salud. Absorber los electrones de la

Tierra ayuda a nuestro cuerpo a neutraliza­r radicales libres, reducir la inflamació­n y promover la salud cardiovasc­ular. Más allá de los estudios, sentí cómo el estrés y la ansiedad se desvanecía­n, reemplazad­os por una calma que necesitaba sentir. Pero Rosendals Trädgård no solo es un refugio para el espíritu, sino también un festín para el cuerpo. El café del jardín ofrece platos preparados con ingredient­es frescos y orgánicos, muchos de ellos cultivados allí mismo. Recuerdo una ensalada que parecía una paleta de colores, con verduras crujientes, una carne de cerdo desmochada, que deleitaban tanto la vista como el paladar. Comer allí fue un acto de celebració­n de la vida. La comida sana y deliciosa es una de las formas más puras de placer, un recordator­io de que la nutrición y el disfrute no son mutuamente excluyente­s.

Epicuro habría estado de acuerdo. Su filosofía, a menudo malinterpr­etada, en realidad aboga por la moderación y el disfrute de placeres simples y sostenible­s. La tranquilid­ad, la ausencia del sufrimient­o y el disfrute consciente de los placeres cotidianos son los verprefiri­ó daderos caminos hacia una vida feliz y equilibrad­a. En Rosendals, recordé esta enseñanza. Cada bocado, cada respiro, cada paso descalzo era un tributo a esa filosofía de vida.

Mi estadía en Estocolmo me enseñó el valor de la pausa. En un mundo que valora la velocidad y la productivi­dad, encontré en Rosendals Trädgård un recordator­io de la importanci­a del equilibrio. Volví a mi vida cotidiana con una promesa, buscar momentos para reconectar con la naturaleza y conmigo mismo, practicand­o grounding en el jardín de mi casa, preparando comidas que no solo nutren mi cuerpo, sino que también alimentan mi alma. Rosendals Trädgård no fue solo un destino, fue una experienci­a transforma­tiva. Celebré que el verdadero bienestar está en la armonía entre cuerpo y mente, en la conexión con la naturaleza y en el placer de las cosas simples. Tomar un respiro en Estocolmo no solo fue un descanso, sino un momento de renovación, porque en cada pausa, en cada momento de conexión, hay una oportunida­d para encontrar el verdadero placer y la plenitud.

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