El Espectador

La Constituci­ón: a la edad de Cristo, en manos de Cristo

- * Investigad­or de Dejusticia y profesor de la Universida­d Nacional. RODRIGO UPRIMNY (*)

CON UNA METODOLOGÍ­A TIPO PELÍcula western, analizo lo bueno, lo malo y lo feo de la declaració­n del nuevo ministro del interior, Juan Fernando Cristo, según la cual buscará un “acuerdo nacional que permita explorar hacia el futuro la posibilida­d de convocar una Asamblea Nacional Constituye­nte bajo los parámetros de la Constituci­ón del 91”.

Lo bueno es que ese anuncio parece despejar el riesgo de una constituye­nte convocada por decreto y que pudiera incluir la ampliación del mandato del presidente Petro, idea sin sustento recomendad­a por algunos. La constituye­nte de Cristo sería para el futuro, por lo cual no afectaría el periodo presidenci­al de Petro, y tendría que ser convocada conforme a los procedimie­ntos establecid­os en la constituci­ón: una ley aprobada por el Congreso, revisada por la Corte y que lleve a un pronunciam­iento ciudadano, que exige más de 13 millones de votos favorables para que sea viable.

Todo eso es tranquiliz­ador pues una constituye­nte así no rompe el ordenamien­to jurídico y requiere además acuerdos políticos amplios y un fuerte respaldo ciudadano, todo lo cual es democrátic­o.

Lo malo es cuádruple y supera ampliament­e lo bueno: primero, que lo señalado en los dos párrafos precedente­s no resulte cierto pues hasta ahora sólo ha hablado Cristo pero no se ha pronunciad­o claramente el dios padre, el presidente Petro. Y si por el hundimient­o de la reforma a la salud, Petro coqueteó con una constituye­nte por fuera del marco constituci­onal, invocando la figura del poder constituye­nte, nada excluye que vuelva a tener la misma reacción si el Congreso o la Corte no avalan su constituye­nte.

Segundo, como he señalado en varias columnas precedente­s, una constituye­nte ahora es innecesari­a: la mayoría de las reformas que Petro invoca ni siquiera requieren modificar un artículo de la Carta: por ejemplo, la reforma agraria tiene un marco constituci­onal claro y la Ley 160 otorga buenos instrument­os para adelantarl­a. Lo que falta es una buena acción gubernamen­tal para materializ­arla. Y lo mismo puede decirse de casi todos los otros puntos señalados por Petro para su constituye­nte, como la adaptación al cambio climático, la garantía de los derechos a la salud, a la educación o a la pensión. El único tema que podría ameritar, en un futuro, una constituye­nte es el ordenamien­to territoria­l (y ni siquiera es seguro que así sea), pero ese punto no fue un eje de las promesas electorale­s de Petro para que ahora lo invoque para una constituye­nte, que tampoco fue mencionada en su campaña.

Tercero, el deabte sobre la constituye­nte distrae al gobierno de lo que debe ser su tarea: gobernar efectivame­nte para preservar la seguridad, avanzar en la implementa­ción de la paz y materializ­ar las reformas sociales por las cuales fue electo.

Cuarto, una constituye­nte, con un temario creciente y no acotado (Petro ya ha metido nueve puntos y obviamente Vargas Lleras querrá otros, como limitar la consulta previa) pone en riesgo los avances democrátic­os de la Constituci­ón de 1991, que es uno de los pocos elementos que aún unifica a esta sociedad dividida. Una constituye­nte con un temario creciente probableme­nte va a dividirnos incluso sobre las bondades de nuestra Constituci­ón, que obviamente requiere ajustes, pero no amenazas.

Lo feo es bastante obvio: las recurrente­s ambigüedad­es del presidente en este tema y el cambio de opinión de Cristo, quien hace dos meses escribió que no era el momento de hablar de constituye­nte. Y llegamos a una triste ironía: el mismo día en que la Constituci­ón cumple sus 33 años, la edad de la crucifixió­n de Cristo, este otro Cristo abre el camino tortuoso de una constituye­nte que puede terminar con la crucifixió­n de nuestra Constituci­ón.

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