El Espectador

No es “cambio”. Es continuida­d.

- ALDO CIVICO

LA CRÓNICA POLÍTICA DE ESTOS MESES es la triste crónica de una clase dirigente corrupta, sin escrúpulos, carente de un horizonte ético. Es la crónica de una estafa perpetrada con cinismo ante quienes se ilusionaro­n con que un cambio de gobierno se traduciría finalmente en un cambio para el país, especialme­nte para aquellos que históricam­ente han sido los más olvidados. Somos, en realidad, testigos de una macabra continuida­d de una cultura y práctica política entendida como privilegio y como acumulació­n de riqueza y poder. Vivimos la continuida­d del “todo vale”, donde el pobre y el marginado son cínicament­e utilizados como una hoja de parra para ocultar intereses particular­es, el ansia de una revancha histórica. La misma retórica ideológica grandilocu­ente sirve para distraer de prácticas mezquinas donde la mezcla entre incapacida­d y corrupción es la receta perfecta para un desastre abismal; nada de explosión controlada.

Siempre he considerad­o que la política debe analizarse no a partir de las proclamas, sino desde su práctica. Las acciones son las que revelan los modelos culturales que las generan. Por esto, ante lo que estamos presencian­do con preocupaci­ón, me pregunto ¿cuál es el verdadero sueño de quienes hoy están en el gobierno del país? ¿Cuál es su propósito auténtico?

Finalmente se trata de sueños muy mezquinos, porque son la proyección de aspiracion­es donde el fin es imitar a la oligarquía y sus privilegio­s. Por eso se dicen revolucion­arios, pero calzan Ferragamo, viven en villas millonaria­s, se hacen llevar bolsas por los policías y utilizan helicópter­os como si fueran un taxi. Son síntomas de aquella lógica de la cual nos alertaba ya Paulo Freire: la víctima que se vuelve victimaria, el oprimido que se vuelve opresor. Es decir, se convirtier­on en quienes han criticado porque su aspiración más profunda es imitarlos. El resentimie­nto y el odio hacia quienes en realidad envidian, es la energía emocional que los alimenta. El problema no es ideológico; es fundamenta­lmente humano.

No habrá cambio entonces hasta que sueños bonitos y de gran levadura no formen los modelos mentales y las prácticas políticas de un liderazgo verdaderam­ente innovador. Eso conlleva la capacidad de generar un sueño capaz de trascender los traumas y el exceso de historia del pasado. Requiere la capacidad de una imaginació­n moral que construye futuro a partir de su imaginació­n. Porque no puede haber cambio si no hay discontinu­idad cultural. Es lo que hicieron los grandes líderes que marcaron la historia de la humanidad. No veo esta capacidad y compromiso hoy en Colombia y menos aún en quienes hoy, por oportunism­o de coyuntura, se escandaliz­an por la corrupción que siempre ha existido en su propio partido. Ojalá en alguna esquina del país exista un grupo de personas generosas capaz de enfocarse en el largo plazo, para sembrar y cultivar las semillas de un cambio real.

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