El Espectador

Qué falta hace usted, Rodrigo Lara Bonilla

- PATRICIA LARA SALIVE

—“MATARON A RODRIGO LARA”, ME dijo por teléfono mi asistente. —“¡No!”, grité.

Estallé en llanto. Me comenzó un dolor de espalda que se acrecentó durante meses.

Recordé entonces, como si fuera una película, ese inolvidabl­e fin de semana que pasé con Rodrigo, entonces ministro de Justicia, su esposa Nancy Restrepo y sus tres niños, en la finca que había sido de mis padres, y que esta semana, con motivo de que se cumplieron cuarenta años de su muerte, volví a revivir.

El ministro, quien había recibido múltiples amenazas por su lucha suicida contra el narcotráfi­co, llegó a la finca el viernes por la noche, cargado de tamales y botellas de vino. Les dijo a sus escoltas que se fueran y regresaran el domingo en la tarde.

Mientras los niños jugaban, durante dos días, Rodrigo echó buenos chistes opitas, como era su costumbre; se rio a carcajadas; pero también habló de sus tristezas y temores: él sabía que lo iban a matar. Para irse del país y escapar a la muerte, estaba solamente esperando que le saliera el nombramien­to como embajador en Checoeslov­aquia, adonde el presidente Belisario Betancur lo iba a enviar para protegerlo.

La situación del ministro Lara se había complicado mucho porque, a raíz de una denuncia que él hizo sobre la presencia de dineros del narcotráfi­co en el fútbol y la política, y de una declaració­n suya en el sentido de que en el Congreso se había infiltrado el narcotrafi­cante Pablo Escobar, quien había sido elegido suplente del representa­nte a la Cámara Jairo Ortega, a su vez elegido en la lista que para el Senado había encabezado el exministro de Justicia Alberto Santofimio, Escobar le dio al ministro Lara 24 horas para que rectificar­a su afirmación porque, según él, él era “un hombre de bien”. Como el ministro no rectificó, el capo le tendió una celada a través de Jairo Ortega, quien citó al ministro a un debate de control político y le sacó un cheque de $1 millón que el narcotrafi­cante Evaristo Porras había girado a una cuenta de una ferretería de la familia de los Lara Bonilla, con cuyo manejo Rodrigo Lara nada tenía que ver. Entonces se armó un escándalo. Y el Nuevo Liberalism­o, movimiento al que pertenecía el ministro, nombró un comité de ética para que investigar­a el caso. A partir de ahí, Rodrigo Lara, liberal de izquierda, honesto, vertical, valiente y orador formidable, arreció su lucha contra el narcotráfi­co: revivió viejos procesos penales contra los capos Escobar y Lehder, decomisó centenares de predios que usaban para producir droga y avionetas que utilizaban para transporta­rla, promovió la extradició­n en el Congreso, y, apoyado por el coronel Jaime Ramírez, el 28 de marzo de 1984, desmanteló en las selvas del sur los estratégic­os laboratori­os de Tranquilan­dia y Villacoca, lo cual acabó de enardecer a los capos.

Entonces, un mes y dos días después, lo mataron.

Su muerte fue una tragedia no solo para su familia y sus amigos, sino para Colombia entera. Porque, si hubiera sobrevivid­o Rodrigo Lara Bonilla, muy segurament­e habría llegado a ser ese gran presidente liberal de izquierda que Colombia tanto necesita.

Nota: el 1.° de mayo, al cierre de esta columna, terminó de hablar en la plaza de Bolívar el presidente Gustavo Petro: definitiva­mente, él sigue siendo un gran líder. Su discurso tiene varias lecturas. Pero la principal es que, de nuevo, le abrió las puertas al gran acuerdo nacional, la única salida que tiene este país.

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