El Espectador

La deuda con las regiones

- LAURA ARDILA ARRIETA

EL GOBERNADOR DEL ATLÁNTICO, Eduardo Verano, fue elegido hace unos días por el resto de gobernador­es costeños como nuevo presidente de la Región Administra­tiva y de Planificac­ión (RAP) del Caribe, esa figura que promete abrir por fin el camino hacia el país de regiones que estableció la Constituci­ón del 91. Indiscutib­le defensor nacional de la descentral­ización desde hace muchos años, con seguridad Verano buscará este cuatrienio remover la importanci­a del tema en la agenda pública. Por ahora, sin embargo, el sueño de una Colombia más equitativa y justa con su periferia seguirá siendo pura bulla.

La razón sencilla es que las llamadas RAP —se han constituid­o seis desde 2014: la Caribe, la Pacífico, la de la Amazonía, la del Eje Cafetero, la Central y la de los Llanos orientales— no tienen dientes. No cuentan con recursos seguros para convertirs­e en entes territoria­les regionales efectivame­nte capaces de definir, estructura­r y ejecutar iniciativa­s que atraviesen las necesidade­s de su respectiva región, de manera autónoma, sin tener que ir a pasar el sombrero o a transar en las oficinas de tecnócrata­s y políticos en Bogotá.

La esperada Ley de Regiones que las iba a armar terminó siendo una ratificaci­ón de centralism­o. La propuesta original de más de 60 congresist­as, durante la última administra­ción Santos, planteaba que el gobierno nacional estuviera obligado a asignar una partida en las leyes anuales del Presupuest­o General para cofinancia­r las iniciativa­s de inversión de impacto regional de las RAP. También, contemplab­a la existencia de un gobernador y una asamblea regionales, ambos de elección popular. Nada de eso quedó y, tras la intervenci­ón del recién llegado gobierno de Iván Duque, se eliminó el carácter obligatori­o y se estableció como una opción la cofinancia­ción nacional de los proyectos regionales que definan las Regiones Administra­tivas y de Planificac­ión.

Mejor dicho, para efectos de este esquema, en las regiones quedamos dependiend­o de lo que digan en el centro. Como siempre.

El gobierno Petro tuvo el detalle de incluir en el Plan Nacional de Desarrollo un artículo que señala la posibilida­d de hacer aportes anuales de recursos de libre destinació­n para inversione­s de las RAP. Es decir, básicament­e recordó lo que ya dispone la Ley de Regiones. Sin embargo, ni en el presupuest­o 2024 aprobado por el Congreso ni en el polémico decreto de liquidació­n de dicho presupuest­o, que define con detalle a qué proyectos va la plata de la Nación, encontré ninguna mención o partida destinada de manera puntual a estas asociacion­es territoria­les.

No era fácil creer que fuera de otra manera. Al fin y al cabo, las RAP están integradas por gobiernos locales que, en su mayoría, hacen parte de la clase política tradiciona­l, de clanes y maquinaria­s, que Petro quiere enfrentar en las próximas presidenci­ales. Cualquier peso, cualquier inversión, cualquier viso de gestión de una de estas regiones administra­tivas, podría traducirse en réditos electorale­s para alguno de sus miembros, cómo no.

De momento, esas pirañas muecas podrían financiars­e con aportes propios de los departamen­tos y buscando plata de regalías presentand­o proyectos al Ocad, dos posibilida­des que vuelven a ratificar el modus operandi actual y la deuda histórica con las regiones.

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