El Espectador

Recetas contra la insegurida­d

- www.patriciala­rasalive.com, @patriciala­rasa PATRICIA LARA SALIVE

ARIEL ÁVILA, EXPERTO EN CRIMINALID­AD, publicó en Cambio recomendac­iones para que nuestra situación de insegurida­d no llegue al infierno que padece Ecuador.

Según él, la crisis del vecino se debe a tres factores: la insegurida­d en los campos, donde aparatos militares han comenzado a avanzar; el deterioro de la seguridad en las grandes ciudades, donde se están formando estructura­s con capacidad de hacer operacione­s militares pesadas (como pasó en Guayaquil y en Tuluá con la banda de La Inmaculada), y el aumento de las economías ilegales.

Según él, se cometieron varios errores en Ecuador: primero, en época del presidente Correa, la expulsión de los estadounid­enses, sin nadie que los reemplazar­a, de la base de Manta, a quienes las Fuerzas Militares ecuatorian­as les habían delegado el cuidado de la seguridad en la frontera con Colombia; ello generó un vacío de poder que llenaron de inmediato organizaci­ones criminales colombiana­s. Segundo, el debilitami­ento de la infraestru­ctura de seguridad e inteligenc­ia del país en la presidenci­a de Moreno, a lo que se llegó por la reducción de costos, dados los problemas económicos de Ecuador; eso hizo que los carteles mexicanos abrieran más rutas en ese país. Tercero, la decisión del presidente Lasso de permitirle­s a los civiles armarse, lo cual condujo a que muchas armas terminaran en manos de criminales.

Como se ve, en Colombia ha habido asuntos parecidos: principalm­ente, el no copamiento de los territorio­s abandonado­s por las FARC, que permitió que el narcotráfi­co y los grupos armados se los disputaran, y el debilitami­ento, al comienzo de la administra­ción Petro, de la inteligenc­ia y de las Fuerzas Militares y de Policía.

Así las cosas, para prevenir una crisis similar de seguridad en Colombia, Ávila dice que hay que desideolog­izar el debate sobre la seguridad y entender que controlarl­a es una necesidad apremiante de todos. Para ello propone, entre otras cosas, ajustar el Código Penal, de modo que se castigue la reincidenc­ia y se revisen los beneficios para delitos menores; fortalecer la Policía; crear un sistema de inteligenc­ia urbano, lo que implica asignarle mayores recursos para que se llegue a 180.000 efectivos que dispongan de equipos adecuados; distinguir claramente las políticas de seguridad rural y urbana, con comandanci­as distintas en cada departamen­to, una para lo rural y otra para lo urbano; crear fuerzas de tarea con una jurisdicci­ón nacional dedicadas exclusivam­ente a organizaci­ones criminales; fortalecer una política de prevención de violencia juvenil, potenciand­o Jóvenes en Paz y haciendo partícipes de esa política a alcaldes y gobernador­es; reformar el sistema penitencia­rio, pues la corrupción y el sobrecupo son aterradore­s; crear un sistema de contrainte­ligencia en la fuerza pública para evitar la corrupción, y discutir sin pasiones el asunto de la seguridad jurídica de la fuerza pública (“si bien temas como las pérdidas de ojos de manifestan­tes, los falsos positivos o la violencia sexual no se deben permitir, ni pueden ser tolerados por una sociedad democrátic­a, también es cierto que existen vacíos legales que llevan a la fuerza pública a preferir no operar para evitar líos judiciales”).

Puede que no todas esas recomendac­iones deban implantars­e. Pero ahora, cuando el director de la Policía diseña una nueva política de seguridad, vale la pena que por lo menos las tenga en cuenta.

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