La censura contra Laura Ardila es un balde de agua
LA NOTICIA DE LA CENSURA DEL TAN esperado libro de Laura Ardila: La costa nostra, es una balde de agua no helada sino hirviendo sobre todos nosotros, ciudadanos. La investigación, que tiene años de trabajo y cuenta con el músculo de una de las periodistas más astutas e inteligentes del país y conocedora de las movidas del poder en el Caribe colombiano, estaba por ser publicada este mes hasta que Planeta detuvo su impresión por temor al casi seguro litigio que entablarían quienes están mencionados en el libro. Es un documento periodístico esencial de cara a las elecciones regionales de este año. Apenas hace unos días, Alejandro Char, dos veces alcalde y líder del clan Char que Laura ha cubierto con juicio, declaró que será candidato otra vez. Digo que es agua hirviendo porque con esa decisión de quién sabe quién y también quién sabe cómo (aunque muchos intuimos la respuesta) se busca desintegrar la motivación de otros periodistas para hacer lo que Laura ha hecho y además que otros dedicados a analizar e interpretar nuestra sociedad tengan la materia prima para leernos y explicarnos desde el campo cultural.
Laura Ardila es periodista desde que es adulta. Hija de periodista, estoy convencida de que sabe acercarse y entender el poder desde que era una niña. Abrió camino desde lo local cuando pasó por El Universal, llegando con mucho esfuerzo a tener espacio en medios prestigiosos como El Espectador y La Silla Vacía. Ha recibido su educación reporteril de maestros como Jorge Cardona y Juanita León, fue periodista del año del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en 2017 y se ha convertido en maestra para que otras como ella tengan las herramientas para hacer un trabajo riguroso. Colegas como Tatiana Velásquez y Antonio Canchila —fundadores de uno de los medios más imprescindibles de la región: La Contratopedia— trabajaron con ella en La Silla Caribe. No hay duda de que Ardila no es solo una mujer que informa, sino también una mujer que forma.
La censura atenta entonces no solo contra la necesidad que tenemos como ciudadanos de informarnos bien para tomar decisiones importantes —como a quién le damos el voto—, sino contra la posibilidad de leernos y entendernos como sociedad. No tener disponible esa información les impide a quienes leen las tendencias sociales y culturales de una comunidad hacerlo, para que podamos actuar sobre ellas de la mejor manera posible, de forma estratégica y colectiva. Es como si nos reprimieran vernos al espejo y nos impusieran vernos en el dibujo que el titiritero hace de su títere. Ambas, la censura y el despojo del espejo, son atentados contra la democracia.
Me solidarizo con Laura Ardila, a quien he llamado amiga por años. Creo, como dijo en su columna, que el silencio no es una opción. Ni para ella como gestora de una investigación de la que estoy segura todos hablaremos cuando vea la luz, ni para otros periodistas de todo tipo que vemos la intención cobarde —porque es desde la oscuridad— de los poderosos de desintegrar la materia prima de la democracia: la posibilidad de decidir informados. Esta es una cadena de censura de la que Laura es la cara visible. Esos poderosos tienen nombre y rostro, solo valientes como ella podrán develar quiénes están detrás de esa decisión.