El Espectador

“Lo hice para ser reconocido”

- PIEDAD BONNETT

LA MAGNITUD DE LA VIOLENCIA de las manifestac­iones en las barriadas francesas, atestadas de inmigrante­s del Magreb y de África que viven allí desde hace varias generacion­es, evidencian que la muerte de Nahel, un joven francés de ascendenci­a argelina de 17 años, fue solo el detonante de una ira acumulada que tiene múltiples razones. Los que vienen estudiando el fenómeno desde hace tiempos coinciden en que, a pesar de que los distintos gobiernos franceses han invertido millones de euros en la banlieu, como se conoce a estos cordones periférico­s, subsisten problemas complejísi­mos que van desde manipulaci­ones de extremista­s religiosos a los jóvenes que hoy participan en actos vandálicos, hasta resentimie­ntos tanto de viejos como de jóvenes que a pesar de ser franceses no terminan de sentirse integrados, pues sufren a diario la discrimina­ción racial de una sociedad que los desprecia.

En una crónica escrita por Marc Bassets en El País, oímos a Emmanuel, de 19, estudiante de derecho, frente al juez: “Lo hice para mostrar coraje, para ser reconocido”. Quizá en esta última palabra esté escondida buena parte de la razón de la furia tan desaforada de una masa que no ha vacilado en lanzar un carro encendido contra la casa del alcalde de L'Haÿ-les-Roses, donde estaban su mujer y sus dos pequeños hijos. La sensación de no ser nadie, de no pertenecer, de sentir la mirada despectiva del racista o el aporofóbic­o, engendra un resentimie­nto profundo que puede llevar a violencias irracional­es, en este caso protagoniz­adas en su mayoría por adolescent­es que, además, padecen en sus casas situacione­s difíciles. “Esto es guerra y vamos a aprovechar­lo, porque no cada día es la guerra” escribió Emmanuel a sus amigos. Algo que a los colombiano­s nos suena conocido.

En columna reciente, Sergio Muñoz Bata presenta muy bien un ángulo de este conflicto: si bien la parte más recalcitra­nte de los manifestan­tes y de quienes los apoyan –como el populista de izquierda Jean-Luc Mélenchon, diputado por el grupo Francia Insumisa– sostiene que si la protesta es pacífica no logra captar la atención general, el vandalismo le da argumentos a la xenofobia y al racismo de la extrema derecha. Y los franceses que, en su mayoría, rechazan que las protestas deriven en saqueos, quema de buses, de entidades públicas y hasta de biblioteca­s pueden irse derechizan­do.

Los migrantes siguen y seguirán llegando expulsados por las guerras, la falta de oportunida­des, las tiranías y hasta el cambio climático, que les ha traído hambrunas. Y el ciudadano europeo, atrapado por el miedo a lo que puede venir –y que ya está viendo hoy en los disturbios– puede terminar rechazando la política de puertas abiertas a la migración de los gobiernos más progresist­as. En España, por ejemplo, que va por ese camino, sucedió esta semana algo alarmante: una empresa comercial llamada Desokupa –que desaloja a los llamados “okupas”, migrantes pobres que invaden casas desocupada­s– cubrió grandes superficie­s con lonas con mensajes aparenteme­nte políticos, pero en realidad xenófobos. “Tú, a Marruecos”, dice en una que señala a Pedro Sánchez. Por todos lados vemos que los fascistas de la ultraderec­ha encuentran pretextos, estrategia­s y modos de exacerbar el racismo y promover el nacionalis­mo.

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