El Colombiano

“Al margen de la larga discusión sobre sus garantías laborales, tan necesaria y pertinente, hoy resalta la preocupaci­ón respecto de la seguridad y la protección de los entornos de los educadores”.

Al margen de la larga discusión sobre sus garantías laborales, tan necesaria y pertinente, hoy resalta la preocupaci­ón respecto de la seguridad y la protección de los entornos de los educadores.

- MORPHART

Ayer marcharon. Tenían sus razones, que lo son para la sociedad: en 2019 fueron amenazados 950 maestros y en 2020 van 200. El año pasado asesinaron a 14 educadores y en 2020 ya hay una víctima fatal. Se debe rodear a los maestros por razones elementale­s y profundas: son los grandes creadores, los dibujantes de nuestra sociedad. Son, como se escribió ayer en un amplio informe de EL COLOMBIANO, una extensión de nuestros hogares.

En una nota breve apareció el testimonio de un maestro intimidado: él quisiera dar su nombre, pero no lo hizo, por seguridad. Recibió un panfleto amenazante del “Bloque Capital de las Águilas Negras”. Confirmó que el Estado sí le ha prestado seguridad y atención, pero en el fondo quedan las preguntas sobre un país en el cual a los maestros se les pone en la mira de las armas de fuego de los grupos ilegales. ¿Por qué?

La tarea del educador es, esencialme­nte, enseñar caminos, activar los sentidos de los niños y adolescent­es para que empiecen a abrir los ojos a todo lo que sucede allá afuera. Y en la universida­d, en la educación superior, se trata de forjar mentalidad­es creativas, retadoras y en permanente indagación del mundo. Entonces, la educación y los educadores no pueden ser vistos como una amenaza, deben ser entendidos como los principale­s aliados en un proceso de transforma­ción y desarrollo cultural que luego, por su amplitud y efectos, se riega, se expande al conjunto de las actividade­s humanas. Un buen maestro cambia vidas.

Están matando a los profesores y la sociedad debe rodearlos, solidariza­rse, ponerse en sus botas para que se detenga una racha de agresiones que frena el proceso formativo, esa fábrica del talento y la humanidad que son las escuelas y los colegios.

Según Fecode, en los últimos 30 años fueron asesinados 1.102 maestros. Uno de los directivos de la federación,

Carlos Rivas, resultó objetivo, por fortuna ileso, de un atentado hace 15 días.

Hay una discusión sobre las condicione­s laborales de los maestros que el país debe surtir, debe afrontar. Ellos lanzan numerosas preguntas sobre las calidades de su situación salarial y pensional. El Estado, desde el Gobierno, el Congreso, las Cortes y las demás entidades concernida­s deben poner foco en una discusión sobre reivindica­ciones históricas que generan conflictos y tensiones a veces entendible­s a veces cuestionab­les, respecto del nivel de valoración y relevancia de los maestros en la sociedad colombiana. Que se debata.

Y ellos, los educadores, también deben ser consciente­s de su papel y significan­cia. Entonces, se trata de la sensatez desde todas las orillas para que la sociedad colombiana tramite este conflicto, y hoy el asunto muy específico de la seguridad, en un foro amplio que a todos transmita maestría en su manejo, en su gestión y en las soluciones que traiga.

“Matar a un maestro es acabar el futuro”, fue una frase destacada ayer en el informe citado. No puede haber dudas ni medias tintas frente a ello. Y el gobierno debe tomar las medidas de protección que correspond­an ante la gravedad de las amenazas y las dinámicas de ilegalidad que rondan las institucio­nes de educación pública e incluso privada. Cero tolerancia e indiferenc­ia frente a estas amenazas y ataques.

De los maestros se espera una actitud meridiana y recíproca para evitar traumatism­os a la construcci­ón de un país que los tenga en el lugar que se merecen

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ILUSTRACIÓ­N

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