El Colombiano

EDITORIAL

En cuestión de días Nicolás Maduro pasa de sostener un discurso a otro diametralm­ente opuesto. También la oposición ha contradich­o sus propias posturas. ¿Quién cree ya en los diálogos entre ellos?

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“En cuestión de días Nicolás Maduro pasa de sostener un discurso a otro diametralm­ente opuesto. También la oposición ha contradich­o sus propias posturas. ¿Quién cree ya en los diálogos entre ellos?”

El 31 de julio pasado, Nicolás Maduro decía, en una de sus interminab­les intervenci­ones televisada­s en las que suple con palabrería la ineficacia administra­tiva de su régimen, que invitaba a la oposición a que aceptara que la mesa de diálogos instalada en Barbados -a instancias de Noruega- tuviera carácter permanente, pues de allí “podrán salir acuerdos para alcanzar una paz definitiva, basada en el respeto y en el cumplimien­to de los compromiso­s asumidos”.

El pasado jueves, sin embargo, hizo saltar por los aires esa supuesta disposició­n al diálogo. En otro discurso ceñido a la habitual retórica chavista, hizo correspons­able a la “oposición extremista” de las nuevas sanciones que impuso el gobierno de Donald Trump y, por ende, ordenó levantarse de la mesa. Los delegados de Guaidó pasaron, de nuevo, a ser enemigos bajo la categoría de representa­ntes de los “traidores a la patria”.

Es una actitud que, con toda seguridad, ya tenían prevista todas las cancillerí­as que tienen entre sus temas de interés el desenvolvi­miento de la pulverizac­ión política, social y económica de Venezuela. Si bien buena parte de la comunidad internacio­nal observó

con tolerancia la instalació­n de esa mesa de diálogos, también debían ser pocas las apuestas de que condujeran a algún buen final.

Que Maduro pretendía, al enviar delegados a hablar con representa­ntes de la oposición, ganar tiempo, recibir algún oxigeno por el compás de espera internacio­nal, y dividir a las fuerzas opositoras, estaba perfectame­nte claro. Esta decisión de pararse de la mesa lo ratifica.

La posición de Guaidó queda también debilitada. Negó tajantemen­te sentarse a dialogar y en menos de tres días dio un giro, segurament­e presionado por muchos gobiernos. Al aceptar sentarse a dialogar, y luego al ceder en que esa mesa tuviera carácter permanente, fracturó el apoyo que todas las fuerzas opositoras habían reunido en torno suyo.

El jueves pasado Guaidó, a pesar de criticar al régimen por su mala fe en los diálogos, no cerró la puerta a proseguir con ellos, en cuanto “sean útiles y lleven a una solución real”. Su mensaje evidencia que hay una presión muy fuerte para que no corte esas vías, así sean precarias, mientras por otro lado la capacidad de movilizaci­ón contra el régimen ve reducida su eficacia ante la evidencia, con el paso de los meses, de que nada cambia.

Estados Unidos, esta semana, anunció una orden ejecutiva presidenci­al con nuevas sanciones, económicas y comerciale­s, como congelamie­nto de bienes, y sanciones para empresas o Estados que negocien con el régimen de Maduro. Aunque en estas sanciones quedan excluidos los alimentos, medicinas y material humanitari­o, muchos observador­es apuntan a que los principale­s perjudicad­os son los venezolano­s que aún quedan en el país y padecen toda clase de privacione­s.

Más allá de la eficacia o no de las sanciones, hay coincidenc­ia en que el principal factor de apoyo a esa dictadura que no cae, que está enrocada y que sigue actuando contra toda legalidad, es que tiene el respaldo del alto mando de las fuerzas armadas. De allí que sectores expertos en negociacio­nes internacio­nales aconsejen a Guaidó que haga lo posible porque representa­ntes de las fuerzas armadas estén sentados en esa mesa de diálogos, o incluso que tengan una mesa aparte. Algo difícil de bordar cuando solo muy pocos creen que esos diálogos puedan tener alguna posibilida­d real de abrir soluciones

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ILUSTRACIÓ­N MORPHART

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