El Colombiano

¿Por qué sí al uso de la piel de caimán?

Historia del levantamie­nto de la restricció­n para la comerciali­zación de pieles en la comunidad que los cuida.

- Por MATEO ROBLEDO YEPES JAIME PÉREZ

Cinco décadas de recuperar la población de caimanes aguja en Colombia cumplen su objetivo: su piel ahora se podrá comerciali­zar.

Para Nelson Rosales, habitante de San Antero, en Córdoba, es tan habitual ver cocodrilos como para una persona de la región Andina es ver una vaca o una gallina. Desde su niñez aprendió a convivir con ellos, “uno acá no se asombra cuando los ve pasar porque hemos estado juntos toda la vida”, manifestó.

A sus 20 años era un furtivo cazador de los caimanes aguja, como es conocida en la región la especie Crocodylus acutus, y aunque no los mataba, sí los vendía para fines que él y sus cerca de 17 compañeros dedicados a la misma actividad desconocía­n. “Nosotros nunca los sacrificáb­amos. Venían unas personas a comprar un lote de huevos o cocodrilos, los cogíamos y se los entregábam­os. No sabíamos para qué eran o a dónde los llevaban”, expresó Nelson.

En peligro

Los caimanes aguja viven en el Mar Caribe, el golfo de México y la costa del océano Pacífico. La especie empezó a ser cuidada a nivel nacional desde 1969 cuando se emitió una veda por el Ministerio de Agricultur­a ya que estos llevaban 37 años siendo cazados, registrand­o cerca de 2 millones de pieles en los mercados internacio­nales para la elaboració­n de diferentes productos de moda y marroquine­ría de lujo, lo que redujo significat­ivamente su población.

En un censo hecho entre 1994 y 1997, se encontró que en la Bahía de Cispatá, cerca a San Antero, solo había seis caimanes aguja y en el país sólo se encontraro­n 250. En ese momento se prendieron las alarmas frente a la extinción.

Ante este reto, los biólogos y esposos Giovanni Ulloa y Clara Sierra emprendier­on una misión: tratar de convencer a los cazadores, como Nelson, de dejar de ser los enemigos de los animales y pasar a ser sus conservado­res. “En ese momento no nos convencier­on porque ellos estaban dentro de la autoridad ambiental. Después, fueron dos o tres compañeros, hablaron con ellos, les creímos el cuento y nos unimos en Asocaimán”, señaló el excazador.

Ulloa y Sierra les hicieron una promesa de la mano del Gobierno Nacional, y era que “si ellos demostraba­n la recuperaci­ón de la especie, podría haber posibilida­des a futuro de acceder a la venta comercial de pieles bajo un esquema científico para el desarrollo social”, manifestó Ulloa, científico graduado de la Universida­d Nacional que ha acompañado en el proceso a la comunidad “muy pobre que vive de la pesca, y que encontró una esperanza para el futuro”.

Su misión consiste en buscar en la bahía los huevos de los caimanes aguja, enterrados por sus madres en la arena, para posteriorm­ente llevarlos a incubadora­s artificial­es con el fin de aumentar las posibilida­des de eclosión, pues en condicione­s naturales solo logran nacer cerca del 3%, mientras que en cautierio se logran recuperar el 17% según informes de Asocaimán, entidad que entre el 2002 y el 2012 logró liberar 3.500 especies.

Cuando rompen los cascarones, los cocodrilos bebés son alimentado­s con sobras de pesca, y cuando superan su etapa de neonatos son liberados en el agua y playas.

El proceso ha permitido que los cocodrilos superen el mayor peligro de extinción y se han recolectad­o más de 21 mil huevos. Se calcula que la población total puede ser cercana a los 11.700 especímene­s.

La iniciativa de conservaci­ón ha sido ejemplo para el mundo, como lo asegura Ulloa, quien ha tenido la oportunida­d de visitar ciudades como Nairobi, en África, para exponer el modelo.

Les cumplieron

La Cites, Convención sobre el Comercio Internacio­nal de Especies amenazadas de Fauna y Flora silvestre, es una autoridad mundial en la que participan 183 países y había incluido en 1981 al cocodrilo aguja en el Apéndice I, la lista roja de las especies con mayores posibilida­des de extinción por la comerciali­zación ilegal.

Sin embargo en 2016, después de sesionar en Sudáfrica, se aprobó un “uso sostenible” del animal con el fin de “apoyar los medios de subsistenc­ia para las comunidade­s de la bahía de Cispata”, según expuso en aquella ocasión la delegación colombiana que estuvo conformada, entre otras, por las embajadora­s María Eugenia Correa y Elizabeth Taylor del Ministerio de Relaciones Exteriores y por los funcionari­os Antonio José Gómez y Heins Bent del Ministerio de Am-

biente y Desarrollo Sostenible.

La comunidad internacio­nal les había cumplido y sólo faltaba el visto bueno del Gobierno Nacional que llegó un poco más de dos años después cuando la Dirección de Bosques, Biodiversi­dad y Servicios Sistémicos, adscrita al Ministerio de Ambiente, expidió el pasado 6 de diciembre la resolución 2298 por la cual se levantó la veda de 1969 que da paso a que las comunidade­s puedan hacer rancheo y aprovecham­iento de la especie.

“Los animales que ya están en los manglares nunca jamás se van a tocar, el mundo no nos lo permite. Vamos a hacer todo el proceso como es debido y sólo dentro de cuatro años vamos a tener una piel de esas”, afirmó Ulloa.

La reacción

Aunque la iniciativa ha recibido el apoyo de Cites, del Gobierno e institutos como Humbolt, la decisión causó polémica en redes sociales.

Juan Francisco Botero, uno de los usuarios de redes fue un paso más allá y por medio de la página Change.org creó una petición para pedirle al Gobierno revierta la decisión. Al momento de publicació­n de este artículo la movilizaci­ón digital ha logrado el apoyo de 3.585 personas.

Si bien la directriz de las autoridade­s obedece a una promesa y a un proceso de más de 20 años, los animalista­s denuncian esta industria que implica que el animal sea sacrificad­o.

“Lo que impacta a la gente es que el cocodrilo está en peligro de extinción pero lo que no conocen es el programa de conservaci­ón, si lo conocieran de pronto nos darían la razón”, manifestó Nelson quien a sus 42 años de edad espera poder lograr ese objetivo que se trazó cuando inició el proceso de conservaci­ón: poderle brindar un mejor futuro a sus hijos

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FOTO La población de caimanes aguja puede estar cercana a los 11.788 individuos, esto gracias a la conservaci­ón de la comunidad que ahora tiene permiso para comerciali­zar sus pieles.

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