LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Juan Sebastián Bach (16851750), el músico más grande de la historia, tuvo toda su vida este propósito: quiero que toda mi música sea solo para cantar la gloria de Dios. Y para el gran músico ruso Ígor
Stravinski (1882-1971), la música de Bach es un milagro de principio a fin.
Milagro es el hecho inexplicable que atribuimos a una intervención sobrenatural de origen divino. El milagro connota el misterio, que es lo que no podemos comprender por su profundidad inagotable. Milagro y misterio van de la mano, y más si se trata de Dios, uno que es tres, tres que son uno. Es maravilloso que las matemáticas participen en la apreciación del misterio divino.
Santiguarse es lo primero que los padres cristianos enseñan a sus hijos. Y así Padre, Hijo y Espíritu Santo son de las tres primeras palabras que enriquecen el lenguaje infantil. Como si la tarea consistiera en familiarizarse con el milagro y el misterio, la grandeza sin límites del ser humano.
Después de resucitar, Jesús se aparece a los discípulos y les asigna esta misión: “Todo poder se me ha dado en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28, 18-19).
Bautizar, palabra de origen griego, significa sumergir, que es meter algo en un líquido, que impregna todo el ser. Y así, bautizar es sumergir al ser humano en el océano infinito del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En mar se convierte la gota de agua que cae al mar. San Juan de la Cruz escribió: “No hay que maravillar que haga Dios tan altas y extrañas mercedes a quienes él da en regalar… pues él dijo que en el que le amase vendrían el Padre, Hijo y Espíritu Santo y harían morada en él”.
Más que para ser com- prendidos, el milagro y el misterio están para ser disfrutados, y en su disfrute está la dicha, la mayor dicha. Balta
sar Gracián escribió: “¿Qué importa que el entendimiento se adelante, si el corazón se queda?” Para que no se quede, cultivo mi corazón.
Ciencia y técnica, obras de la razón, hacen avanzar el mundo vertiginosamente, a expensas del corazón. Oro cultivando mi relación de amor con Dios, puro ejercicio bautismal, inmersión en el ser divino que mora en mí. Y mi oración y mi bautismo culminan en mi muerte, sumergiéndome definitivamente en el océano divino del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo ■
Bautizar, palabra de origen griego, significa sumergir, que es meter algo en un líquido, que impregna todo el ser. Y así, bautizar es sumergir al ser humano en el océano infinito del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.