El Colombiano

UNA ALEGRÍA EN TONO MENOR

- Por ERNESTO OCHOA MORENO ochoaernes­to18@gmail.com

Encontré al padre Nicanor solo en su casita. Solo y aburrido. Tristón. No dudé en invitarlo a salir a tomar aire, a respirar el paisaje.

-Vámonos, tío, a dar una vuelta por ahí. Usted parece aburrido en su encierro.

-Hasta en el cielo se aburre uno, muchacho. La rutina, la monotonía son peligrosas. Son la puerta de entrada a la depresión y al desencanto vital, a la abulia que tanto temían los monjes antiguos. Y los de hoy también, supongo. Vea si no a Mariengrac­ia. Casi no la convenzo de que se fuera unos días para donde las Correales, que son sus amigas, alegres y gozonas, a ver si me le exorcizan la tristeza y el mal genio.

- Es que a la prima si le tocó muy maluco: solterona y cuidando a un cura viejo. Usted perdone.

-Tampoco es para que me ofendas. Pero no nos metamos en honduras.

-Hablemos, tío, de cosas más interesant­es como las próximas elecciones, por ejemplo.

-Vade retro, satanás. Para hablar de eso, mejor me hubiera quedado en la casa. Valiente gracia huir uno para seguir prisionero de la misma “jartera”.

-Es cierto, padre, a veces somos tan trascenden­tales, tan serios, que nos aburrimos y aburrimos a todo el mundo alrededor. Estoy seguro de que de ese pecado nadie se acusa.

-Es cierto, muchacho. Nadie se acusa en el confesiona­rio de no ser alegre; de contagiar de tristeza a los demás; de no saber reír; de dejarse llevar del aburrimien­to, no solo de la pereza, que es otro pecado; de encerrarse en la abulia, en la acidia.

-Le interrumpo, padre Nicanor. Paremos en este sitio, desde donde se divisa el paisaje de nuestros montes. Ver el mundo con ojos nuevos ya es una terapia. Respiremos a fondo al borde de la carretera, como si nos quisiéramo­s absorber las montañas, los árboles, las nubes. No hablemos más. Oigamos el silencio, dejemos que los colores y los olores se nos metan en los ojos, en la sangre, en el corazón.

-Sí, hijo mío, y no tengamos miedo de gritar, de reír, de llorar de alegría. La vida es bella. Deberíamos ser apóstoles de la alegría, que es una forma de bondad, de serenidad, de solidarida­d y de fraternida­d. De amor. La alegría es un acto de fe, una manera de caridad. Y de esperanza. Ahora déjame solo, o mejor quedémonos solos, cada uno por su lado, haciendo un rato de oración. O de alegría, que es lo mismo.

De regreso ya en la tarde invité al tío a tomar algo en una tiendita del camino. Chasqueó en la lengua con fruición el aguardient­ico de mi Dios que nos tomamos.

-Aún es posible la alegría, muchacho. Dios te pague ■

Deberíamos ser apóstoles de la alegría, que es una forma de bondad, de serenidad, de solidarida­d y de fraternida­d. De amor.

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