El Colombiano

Hay animales que huyen de zoológicos, laboratori­os o circos.

El que crea que escapar de sus sitios de reclusión es solo una anhelo de los humanos, que vuelva y revise.

- Por MARIO A. DUQUE CARDOZO

Fugarse. Como Edmond Dantés del Castillo de If,

como Giacomo Casanova de la cárcel de Los Plomos, como Andy Dufresne de la prisión estatal Shawshank. Pero el que se crea que el arte del escape es solo de humanos, que le deje abierta la jaula al canario de la abuela...

Hay animales que se fugan de sus presidios. Con la suerte de su lado, con la inestimabl­e ayuda de un cuidador desatento o hasta con algo de ingenio.

Y se escapan de zoológicos (casi siempre) o de circos (en ocasiones) o de laboratori­os científico­s (también). Pasó, por ejemplo, en el Instituto de Investigac­ión Biomédica de Texas en San Antonio, hace un par de semanas.

El instituto tiene más de 2.500 animales en su campus, alrededor de 1.100 de ellos son babuinos, que hacen parte de las investigac­iones para entender el comportami­ento de diferentes enfermedad­es crónicas, afecciones del corazón, diabetes, obesidad y osteoporós­is, entre otras.

Tres de estos primates — eran cuatro inicialmen­te, pero parece ser que uno se arrepintió de dar el paso final, ya ven ustedes que la libertad asusta— hicieron rodar un barril de 200 litros y lo usaron como escalera para burlar ese último obstáculo que los separaba del exterior: una pared plegada hacia adentro que, en teoría, impide que se pueda saltar sobre ella.

¿Se los imaginan? Planeando el golpe, midiendo riesgos, entrando en acción. No estaban buscando volver a su tierra, pues desde hace más de 50 años el Southwest National Primate Research Center cría a estos animales y cuenta con familias de babuinos que suman más de ocho generacion­es, explicó la vocera del instituto, Lisa

Cruz. Digamos que su idea era salir de allí, ver cuán grande es el mundo.

La fuga no duró mucho, porque escapar es una cosa, quedar en libertad es otra. Tardaron 30 minutos en capturarlo­s y retornarlo­s a su sitio. Dos de ellos subieron a los árboles y allí les pillaron. El tercero logró llegar a una vía principal, pero hasta allá llegaron por él. Ojalá estén planeando un nuevo intento.

Una puerta abierta

La historia la canta Antonio Bi

rabent y recorrió Latinoamér­ica por las salas de cine con Tango feroz, la película de

Marcelo Piñeyro. Y la canción El oso se volvió un infaltable de las fogatas.

¿La habrá escuchado Pipo, el hipopótamo del circo ambulante que encontró en La Garrovilla (Badajoz, España) la oportunida­d de escapar? Pero claro, dónde se puede esconder el tercer animal terrestre más grande del mundo.

Los vecinos dieron la alerta, la voz de fuga: ¡ hay un hipopótamo en mi barrio! y los agentes de la Guardia Civil española rodearon al mamífero hasta hacerlo volver a su jaula. Una hora duró su libertad.

No era la primera vez que Pipo se fugaba. Lo había intentado nueve años atrás, en A Coruña, según el prontuario que reveló el diario El Mundo, de Madrid. Y entre ambas salidas del hipopótamo, de aquel mismo circo se escapó el camello Oli, en Ibiza. Parece fácil salir de ese circo, lo difícil, de nuevo, es mantenerse fugado.

Ligeros, astutos y violentos

Hay otros animales a los que se les pierde el rastro. Lo logró Ankor, el tigre de bengala.

El 26 octubre de 2015, en el complejo ecoturísti­co Paraíso de los Manglares, en Coyuca de Benítez (Guerrero, México), se dieron cuenta de que les faltaba un felino.

Salieron a buscarlo. Pusieron cepos, instalaron cámaras e, incluso, trataron de atraerlo con feromonas. Nada sirvió.

El tigre se escabulló entre los manglares de la zona. Ha- bitantes de algunas comunidade­s reportaron el hallazgo de sus huellas y denunciaro­n la muerte de cuatro becerros, un perro y un potrillo.

Tras un tiempo cesaron los ataques al ganado y su búsqueda. Que se murió de hambre, dijeron unos. Que lo cazaron los campesinos de la zona, aseguraron otros. Que lo mató un virus, le dijo el director de Protección Civil de Coyuca de Benítez, Víctor Manuel Heredia de los Santos, al periodista Ossiel Pacheco en mayo de 2016. Lo cierto es que no encontraro­n restos del animal que se escapó hace 976 días, o lo que es lo mismo: dos años, ocho meses y dos días. Ankor es un fantasma, una leyenda, un espíritu libre.

También hay quienes reciben ayuda del exterior. En agosto de 2012, algunos medios de Frankfurt (Alemania) registraro­n la fuga de tres canguros del zoológico Hochwildsc­hutzpark Hunsrück. Lo curioso es que se señaló que Skippy, Jack y Mick, los escapados, salieron por sendos huecos cavados por un zorro y un jabalí que vivían en los alrededore­s del zoo. La informació­n publicada señala que de los tres escapistas lograron atrapar dos y que continuarí­a la búsqueda del tercero, un animal inofensivo y amigable, según le dijo a la comunidad el subdirecto­r del zoológico Michael Hoffmann. Claro, no todo puede ser en calma. Hay huídas violentas, como la de los seis osos pardos de un zoológico japonés, que no contentos con lograr su libertad —o sabiendo que la libertad total era imposible pese a haber sorteado los barrotes— decidieron mandar al otro mundo a dos de sus cuidadoras. La cosa no acabó bien para ellos tampoco: los abatieron a balazos cazadores de la zona.

Un diluvio libertario

Tiflis, Georgia. Entre los mares Negro y Caspio. En junio de 2015 las lluvias sacaron de su cauce al río Vera, que inundó casas, calles, plazas y parques, el zoológico incluido. Hubo 12 muertos, gente que lo perdió todo, personas desapareci­das.

La oportunida­d hace al ladrón... y al prófugo. Entre el desbordami­ento y el torrencial encontraro­n la oportunida­d de salir a andar por los barrios de la ciudad trece lobos, siete osos, seis tigres, algunos leones, un par de hienas y una pantera, además de un hipopótamo. ¡Tremendo combo! El alcalde de Tiflis, David

Narmanía, le pidió a los ciudadanos quedarse en casa, mientras las autoridade­s intentaban recapturar a los animales.

Al hipopótamo lo rodearon en una plaza y lo sedaron. Algunos resistiero­n, pero quedar fugitivo no era una opción. Para los felinos que enseñaron sus dientes, dispuestos a vender caro el pellejo antes de volver a las jaulas, el asunto terminó como terminan los safaris ■

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ILUSTRACIÓ­N ESTEBAN PARÍS

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