El Colombiano

LA FIESTA SE TRANSFORMÓ EN MUERTE

- Por DAVID E. SANTOS GÓMEZ davidsanto­s82@hotmail.com

Colombia soportó una tragedia de venganzas que a duras penas hoy, nos permite asomar la cabeza para buscar sosiego.

Colombia ha tenido un llanto sostenido por setenta años. Algunos, menos catastrófi­cos, dicen que medio siglo. Una eternidad, al fin y al cabo, si entendemos que en la guerra que nos desangra los minutos son días por tantos velorios, tanta bala y tantos secuestros. Una violencia que nos ha tocado a todos, imposible de eludir, respirando siempre cerca de nosotros, nuestras familias, nuestros amigos, hasta que da su golpe inesperado.

Jaime Bateman, líder histórico del M-19 decía en los setenta que la revolución tendría que ser una fiesta. Pero ahora, muerto él como tantas decenas de miles de otros, sabemos que no fue así y que Colombia lo que ha soportado es una tragedia innombrabl­e de venganzas que a duras penas hoy, cuando se cierra la segunda década del siglo XXI, nos permite asomar la cabeza para buscar sosiego.

El periodista Alonso Salazar dice también que “No hubo fiesta” y ese crudo reconocimi­ento le sirvió para crear una de las crónicas más honestas del conflicto colombiano que se han escrito en los últimos años. Un libro (titulado de esta forma) que hay que leer. Un recorrido de su vida signada por decenas de amigos de universida­d y de los barrios de Medellín que decidieron luchar con armas para cambiar al país. Las historias de jóvenes que apenas superaban los veinte años, que compartie- ron con Salazar discusione­s para salvar la patria en los pasillos de la Universida­d de Antioquia o los bares del centro, y luego se fueron al monte idealizand­o una insurgenci­a que terminó por devorarlos.

Anécdotas de sangre de otros que pasaron de la izquierda a la derecha como quien cambia de acera y un puñado más de conocidos que resultaron ser simples matones. Gente con la que uno reía o se abrazaba o tomaba trago, y que se transforma­ron en mandos de las Farc o el M-19 o el ELN o el EPL o incluso de las AUC, la mayoría asesinados o desapareci­dos en los ríos y montes del país.

Leerlo es entender un poco mejor esta guerra nuestra que dista mucho de la simplista y estúpida idea de bandos antagónico­s. De ellos y nosotros. De buenos y malos. Es acercar –no justificar– la tragedia de hombres y mujeres que marcaron sus caminos y los nuestros con muerte por idealismos malinterpr­etados y el azar de vivir en una nación injusta, desigual y corrupta

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