El Colombiano

EDITORIAL

Con un equipo negociador acéfalo, a 25 días de terminar la tregua bilateral y con una guerrilla que incumple compromiso­s y golpea más a los civiles, hay que preguntar por el futuro de ese proceso.

- ESTEBAN PARÍS

“Con un equipo negociador acéfalo, a 25 días de terminar la tregua bilateral y con una guerrilla que incumple compromiso­s y golpea más a los civiles, hay que preguntar por el futuro de ese proceso”.

En medio de todas las zonas grises y las preguntas que dejó el retiro Juan Camilo Restrepo, jefe negociador del Gobierno Nacional en la mesa con el Eln, en Quito, y ante la seguidilla de renuncias de sus colaborado­res más importante­s, lo que dejó acéfalo el equipo oficial, pero también ante las graves denuncias de violación de esa guerrilla a la tregua bilateral con la Fuerza Pública y la continuaci­ón de los atropellos a la población civil, cabe preguntars­e por la continuida­d y la pertinenci­a de esa negociació­n. ¿Qué futuro e importanci­a tiene?

La inquietud no apunta a desvaloriz­ar ese esfuerzo y ese escenario que pueden completar el fin del conflicto armado con los grupos subversivo­s en Colombia. Urge plantearlo porque pocos parecen advertir que se encuentran en una crisis profunda y en el riesgo de perder relevancia y transitar a momentos y coyunturas peores.

La actual deriva del proceso se ve reflejada en que, a diferencia de los primeros ciclos con las Farc en La Habana, la mesa de Quito no aparece en el radar de la comunidad, la opinión pública o los medios nacionales e internacio­nales. Se corre el riesgo de que siga desajustán­dose y a pocos les preocupe o incluso se enteren. El presidente Juan Manuel Santos está en mora de asumir un mayor liderazgo y de dar claridad a la ciudadanía sobre lo que viene, y lo que no.

Porque, además, no se puede seguir tolerando que mientras las Fuerzas Armadas han tenido el compromiso de respetar la tregua bilateral decretada desde el pasado 1 de octubre, y que se vence el próximo 9 de enero, el Eln continúa con toda clase de violacione­s a la misma: con la siembra de minas antiperson­al, la masacre de civiles, el asesinato de líderes, el reclutamie­nto forzado de menores combatient­es, el confinamie­nto de comunidade­s y su decidido interés de copar zonas dejadas por las Farc, con la consecuent­e presión militar y las hostilidad­es con bandas criminales y disidencia­s guerriller­as. La lista es amplia, y tan va- riada como desconcert­ante. Tregua de constantes imperfecci­ones en su verificaci­ón.

Es por estas razones de fondo y de forma, políticas y militares, de pérdidas y ganancias para la sociedad colombiana, que el Gobierno Nacional debe apurar y enderezar una nave que hace rato navega ladeada y cada vez más sin rumbo.

Varios analistas coinciden en que falta claridad en los ob- jetivos y estrategia­s de este proceso. ¿Qué busca? Es seguro que desactivar la confrontac­ión, pero ¿a qué costos y beneficios para la solidez del Estado y la democracia colombiana? ¿Con qué garantías para las víctimas, la justicia y la profundiza­ción del Estado de Derecho?

Vale atreverse incluso a invitar a los candidatos presidenci­ales, ahora más perfilados, a que tengan en su programa de gobierno una propuesta, una bitácora de planes y cometidos frente a este proceso. ¿Lo continuará­n, en qué condicione­s?

Hay que anticipars­e a tocar la campana, a sonar la alarma, para eludir tormentas y témpanos que se empiezan a formar en torno a esta otra travesía que tiene por destino acercar el país a la construcci­ón de la paz, pero que no se podrá cumplir y desarrolla­r sin planificac­ión.

Que se empiece por nombrar pronto a un responsabl­e de la negociació­n, a su equipo, y que se le diga al país con la franqueza necesaria cuál es el plan de acción, más allá de cometidos bienintenc­ionados y listas prometedor­as de cambios mediante un proceso que hoy carece de brújula.

El presidente debe sacarlo del limbo y la inacción con directrice­s monolítica­s y propósitos claros y defendible­s

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ILUSTRACIÓ­N

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