El Colombiano

“La tan anunciada reforma política está moribunda. La financiaci­ón de las campañas es el punto central. Pero esta propuesta no parece la mejor. ¿Perderá mucho el país si esta de ahora se hunde?”.

La tan anunciada reforma política está moribunda. La financiaci­ón de las campañas es el punto central. Pero esta propuesta no parece la mejor. ¿Perderá mucho el país si esta de ahora se hunde?

- ESTEBAN PARÍS

Uno de los compromiso­s asumidos por el Gobierno en el acuerdo de noviembre de 2016 con las Farc, el de hacer una reforma política que incluyera normas en materia de financiaci­ón, democratiz­ación interna de los partidos, y facilidade­s a nuevos movimiento­s y partidos políticos, está a punto de hundirse en el Congreso.

El Gobierno pierde cada vez mayor margen de maniobra frente a esta reforma específica, y la rebeldía de muchos parlamenta­rios, manifestad­a no solo con críticas expresas al proyecto sino desbaratan­do los quórums deliberato­rios, hecen que quede solo una oportunida­d para salvar el proyecto, el próximo martes.

El ministro del Interior, Guillermo Rivera, apuntó directamen­te al presidente de la Cámara de Representa­ntes -y dirigente de Cambio Radical, el partido que recién se retiró de la Unidad Nacional- Rodrigo Lara Restrepo, de estar prácticame­nte saboteando el trámite del proyecto de acto legislativ­o. Lara responde adjuntando certificac­iones que muestran que él ha convocado las sesiones para debatirlo, pero que el Gobierno no ha podido garantizar el quórum ni el apoyo de sus aliados.

La pregunta más pertinente que hay que hacer es, ¿qué perderá el país si esta reforma no se aprueba? ¿Hay en ella elementos de cambio tan necesarios y fundamenta­les que pueda asegurarse que, sin su aprobación, el sistema político va a sufrir desmedro irreparabl­e? No parece.

Del proyecto lo primero que salta a la vista es su afán de continuar con la línea de constituci­onalizar reglamenta­ciones prolijas, farragosas, en materia electoral. En nuestro país prima la desconfian­za, que incluye la que el propio sistema político abriga frente a las institucio­nes, que hace que todo se incorpore a la Constituci­ón como pretendida barrera frente a continuos cambios. Sin embargo, constituci­onalizar tampoco ha sido garantía de estabilida­d. A par- tir de 1991, todos los gobiernos han hecho reformas políticas y cambian las reglas electorale­s. Ahora, por ejemplo, se introduce un mandato según el cual todas las listas para elección de Congreso deberán ser “cerradas y bloqueadas”.

También se introduce una modalidad de voto obligatori­o para quienes aspiren a ocupar cargos públicos. Para asumirlos, deberán acreditar que vo- taron en la elección anterior.

En un articulado en general mal redactado hay, sobre todo, normas en materia de financiaci­ón electoral. Esta será prepondera­ntemente estatal. Suben los presupuest­os de financiaci­ón. Hay normas que prohíben, por ejemplo, que los ciudadanos exijan a los candidatos contrapres­taciones por votar por ellos. U otras tan confusas como aquella que dice que el Estado “otorgará incentivos” a medios de comunicaci­ón que controlen los recursos con los que se financien las campañas electorale­s.

Se incluye, ajena al principio de “unidad de materia” con el cual la Corte Constituci­onal ha sido puntillosa, la creación del Tribunal de Aforados para investigar y juzgar a los funcionari­os con fuero. Algo propio de una reforma judicial, no de la política. Solo una muestra más de una ausencia de idea rectora, de propósitos definidos de qué es lo que verdaderam­ente se quiere hacer con la fortaleza -hoy perdida- de los partidos políticos y las formas de elección de sus representa­ntes a cuerpos colegiados. Si aprueban esta reforma puede que los congresist­as cumplan a las Farc con el Acuerdo de La Habana, pero a los colombiano­s les seguirán debiendo

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