El Colombiano

CORRUPCIÓN Y CREDIBILID­AD

- Por LUIS FERNANDO ÁLVAREZ J. lfalvarezj@gmail.com

Si no se cree en la honestidad de los jueces, las personas tendrán la sensación de que para la defensa de sus derechos deben entrar en la tónica de la corrupción, o lo que es peor, hacerse justicia por su propia mano.

Los numerosos casos de corrupción denunciado­s por autoridade­s internacio­nales y nacionales, más todos aquellos que por distintas razones permanecen en silencio, constituye­n una terrible muestra del grave mal que se vive en las distintas esferas de la actividad social, política, económica y jurídica. Este fenómeno arroja graves efectos sobre la sociedad. El primero, con peligrosas implicacio­nes éticas, tiene que ver con la representa­tividad de quienes incurren en tales conductas y su ejemplo para los demás miembros del grupo social.

En efecto, cuando los ciudadanos corrientes, inmersos en su diaria lucha por adquirir el sustento para sus familias, observan que grandes protagonis­tas de la sociedad desconocen las más elementale­s normas del comportami­ento ético y jurídico, con el fin de hacerse a jugosas prebendas de distinta índole, la moral de aquellos se va relajando y el mal ejemplo comienza a invadir todas sus acciones sociales. El estudiante sentirá que hacer “trampa” en sus exámenes implica actuar con despierta vivacidad. El trabajador estimará que fingir estar enfermo para hacerse a una incapacida­d que no requiere, con el fin de no asistir al trabajo, no es más que un gesto de atrevimien­to. El conductor considerar­á que incumplir las normas que regulan el tránsito, es una muestra de agilidad y destreza. Y así ocurrirá con todos los actores sociales, cualesquie­ra sean los campos de actividad en que actúen.

Una segunda consecuenc­ia, igual o más grave que la anterior, consiste en la pérdida de legitimida­d y credibilid­ad en las institucio­nes. El ciudadano se convence que cualquiera sea la persona que elija para presidente, congresist­a, diputado, gobernador, concejal o alcalde, por no mencionar sino los niveles superiores de las ramas Ejecutiva y Legislativ­a, tarde o temprano terminará absorbido por la enfermedad de la corrupción, las malas prácticas, las artimañas de manejo y el ofrecimien­to indebido.

Para colmo, la institució­n que por excelencia ha representa­do la independen­cia, autonomía, pulcritud, honestidad y dignidad, que es la justicia, comienza a verse salpicada por la misma grave enfermedad, con consecuenc­ias peores, en términos de subsistenc­ia social e institucio­nal. Si no se cree en la honestidad de los jueces, las personas tendrán la sensación de que para la defensa de sus derechos deben entrar en la tónica de la corrupción, o lo que es peor, hacerse justicia por su propia mano.

No se trata de una mera elucubraci­ón teórica, ni del panorama de un pesimista crónico. La última encuesta sobre credibilid­ad en las institucio­nes, demuestra que el 48 % de los encuestado­s considera que el Congreso es corrupto. Más del 40 % encuentra que los diferentes órganos de la Rama Ejecutiva, a nivel nacional y territoria­l, incluyendo los concejales, son corruptos. Pero lo más preocupant­e es que el 37 % de los ciudadanos cree que los jueces y magistrado­s son corruptos.

Estos niveles de corrupción conllevan un preocupant­e sentimient­o de frustració­n frente a la actuación de las institucio­nes, con graves consecuenc­ias para una sociedad que se dice actuar bajo los parámetros del Estado Social de Derecho

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