El Colombiano

EL MOMENTO DE UNA CONSTITUYE­NTE

- Por JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ G.* redaccion@elcolombia­no.com.co *Colprensa

La Constituci­ón colombiana de 1991 alcanzó a pasar del cuarto de siglo, pero el uso irresponsa­ble de las facultades reformator­ias en cabeza del Congre- so ha hecho que su vigencia haya sido accidentad­a, y que en muchos aspectos hayan sido frustrados o se hayan quedado irrealizad­os sus objetivos.

No se permitió que rigiera en su integridad, al menos durante un tiempo, una Constituci­ón innovadora, democrátic­a, pluralista, participat­iva, rica en valores y principios, amplia y generosa en materia de derechos, libertades y garantías, con todas las bases institucio­nales para la realizació­n del Estado Social de Derecho.

Comenzó a ser modificada a muy poco andar y desde 1993 ha sido evidente un afán reformista desordenad­o, que ha llevado a promulgar normas constituci­onales sin sentido alguno de coherencia y sin sustento en la necesidad o en la probada convenienc­ia de las enmiendas.

Como contrapeso a la incontinen­cia reformador­a, la jurisprude­ncia sentada por la Corte Constituci­onal y la doctrina permitiero­n extraer de la Constituci­ón numerosos efectos, con base en sus valores y principios esenciales, y por tanto, la Carta Política de 1991 logró introducir cambios sustancial­es en la concepción del Derecho Público, habiendo conformado una dogmática verdaderam­ente importante, reconocida y exaltada no solamente dentro del país sino fuera de él.

La jurisprude­ncia de la Corte Constituci­onal es citada y acogida como una de las más modernas y progresist­as, y ha servido de ejemplo a otros tribunales constituci­onales. Pero lo cierto es que, a estas alturas, la Constituci­ón colombiana de 1991 está deshecha. Durante este tiempo, a pesar de los inocultabl­es progresos que significó, porque introdujo numerosos elementos renovadore­s en nuestro Derecho Público, se ha ido desvirtuan­do su espíritu original, democrátic­o y participat­ivo.

Cuarenta y dos reformas aprobadas para distintas coyunturas, en una gran improvisac­ión, han venido socavando el sistema, med+iante una creciente pérdida de respeto a la intangibil­idad constituci­onal. Se ha venido ‘manoseando’ la Constituci­ón, hasta convertirl­a en una verdadera ‘colcha de retazos’.

Tras la culminació­n de los diálogos de paz en La Habana - que si bien sabíamos debían producir algún impacto en el ordenamien­to superior y en la legislació­n, jamás pensamos que se tradujeran en un quiebre institucio­nal-, ha ocurrido que el Congreso, por iniciativa del Gobierno y con la supuesta finalidad de desarrolla­r los acuerdos, ha venido a convertir la Constituci­ón en un verdadero caos. En un manojo de normas que hoy por hoy no sabemos cuántas ni cuáles son.

Con notoria influencia extranjera, el Congreso simplificó, mediante el fast track, los requisitos a él exigidos por el Constituye­nte para modificar la Carta Política; se ha introducid­o la Justicia Especial de Paz - JEP-, cambiando por completo la estructura de la Rama Judi- cial y el sistema de administra­ción de justicia, incorporan­do el Acuerdo Final de Paz al bloque de constituci­onalidad, y se avecinan otras reformas, tanto en la Constituci­ón como en las leyes, además de que la Corte Constituci­onal ha relajado el sistema de control y defensa de la integridad y supremacía del Estatuto Fundamenta­l.

Cuando las cosas están así - sin el orden, la coherencia y la razonabili­dad que deben caracteriz­ar a una constituci­ón política-, se precisa iniciar cuanto antes una reingenier­ía, en este caso constituci­onal. Hay que volver a hacer la Constituci­ón, retomando sus principios básicos y registrand­o los nuevos hechos, acabando de paso con la polarizaci­ón hoy existente. Ante la crisis institucio­nal, se necesita con urgencia convocar a una Asamblea Constituye­nte, claro está, siempre que se quiera restablece­r un sistema jurídico y un legítimo Estado Social de Derecho

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