CATÁSTROFE DE OTRA ÉPOCA
La ONU, en sus setenta años de vida, nunca registró algo peor. Desde 1945, cuando la derrota de la Alemania Nazi llevó a la creación del máximo organismo multilateral, el mundo no presenciaba una catástrofe humanitaria como la de hoy, con África muriendo de hambre mientras los desplazados por guerras buscan refugio y las potencias deciden instalar alambrados.
Yemen, Sudán del Sur, Somalia y Kenia transitan por el camino de los Estados fallidos desde hace décadas y, en este joven 2017 ya aportan más de 20 millones de personas que sufren de hambre absoluta. Inanición. Una mezcla pavorosa de guerras, corrupción, desastres naturales e incapacidad estatal juegan a favor de la muerte.
Para este siglo XXI el asunto de la redistribución alimentaria debería tener muchos más logros de los que existen, pero los intereses monetarios están en otras partes. Los aportes económicos para disminuir la hambruna no aparecen y se escatima en cada centavo mientras se anuncia con estridencia el incremento en los porcentajes para gasto militar.
Stephen O’Brien, secretario general adjunto para Asuntos Humanitarios y Emergencias de las Naciones Unidas, aseguró que es urgente una partida por 4.400 millones de dólares antes de julio para cubrir el boquete trágico del hambre, pero las naciones que deben abrir su billetera están enfrentadas en la toma de decisiones. Mientras las corbatas deciden su posición y empiezan a girar los cheques, familias enteras, desnudas y en los huesos, caen sin vida en los países africanos.
Los niños, por supuesto, encabezan la fila de la desesperanza. Mientras la ONU grita la alerta, su agencia infantil, la Unicef, advierte que, si la comunidad in- ternacional no toma determinaciones urgentes, a final de año 1,4 millones de infantes morirán de física hambre.
Pero no estamos en épocas de consensos, así que la esperanza es poca. Vivimos justo lo contrario. Repliegues estratégicos y dudas para tenderle la mano al otro. Naciones poderosas pero individualistas. Gobiernos que cancelan ayudas a todo aquel que no sea de su territorio.
Por eso volverán a saltar a los medios las imágenes de hombres y mujeres y ancianos y bebés que apenas sostienen un aire de vida, con los ojos hundidos en el cráneo por la deshidratación y las desnutrición. Solo pueden abrir sus párpados para mirar de frente la angustia de su muerte