El Colombiano

UN MUNDO NUEVO

- Por HERNANDO URIBE C., OCD* hernandour­ibe@une.net.co

Diálogos de paz. Dos palabras que ocupan la boca, la mente y el corazón de los colombiano­s. Por lo cual se impone la tarea de preguntarn­os su significad­o. De él depende el éxito de quienes las pronunciam­os. Los colombiano­s.

Dialogar es compartir mediante la palabra. Tan valioso que hasta Dios mismo dialoga. San Juan de la Cruz, diestro en este arte, sorprende este diálogo entre el Padre y el Hijo: “-Una esposa que te ame / mi Hijo, darte quería, / que por tu valor merezca / tener nuestra compañía”. El Padre y el Hijo dialogan el acontecimi­ento de la creación. Dialogando en sí consigo mismo, Dios ennoblece sin medida el diálogo.

Los diálogos de paz son dinámicos, con un objetivo general que vamos alcanzando a base de unos objetivos es- pecíficos a corto y mediano plazo. Exitosos según el esmero con que los cultivamos.

En estos diálogos de paz nos compromete­mos a compartir con palabras y no con balas, como lo estamos haciendo. Cambiar balas por palabras es cambiar engaño, desconfian­za y violencia por sinceridad, confianza y generosida­d. La verdadera humanizaci­ón de los dialogante­s.

El diálogo se fundamenta en el monólogo. Cada dialogante es también un monologant­e. En el diálogo, comparto con el otro lo que monólogo. En el monólogo, comparto conmigo mismo tomando conciencia de que soy sujeto y objeto de mí mismo.

El monólogo tiene caracterís­ticas singulares. En el diálogo, puedo disfrazar la confianza y la sinceridad. En el monólogo, las pruebas de confianza y sinceridad me son evidentes, no me puedo engañar.

Sé por instinto que paz es armonía de las partes en el todo. Armonía mía conmigo mismo, con los demás, con el cosmos y con Dios. Una armonía que tiene en Dios el secreto de su grandeza y solidez.

Para San Juan de la Cruz, “el alma enamorada con más codicia que al dinero busca a Dios”. La codicia y entrañable apetito de Dios es la única medicina que cura al hombre de ser esclavo del dinero y con él víctima de la violencia.

Los diálogos de paz tienen en San Francisco un punto de referencia arrobador. Según el

Papa Francisco, el santo de Asís, que amaba y era amado por su corazón universal, “era un místico y un peregrino que vivía en una maravillos­a armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo”.

Hago mía la oración de Francisco en cada amanecer: “Señor, haz de mí un instrument­o de tu paz”. El mundo nuevo que quiero construir

Sé por instinto que paz es amonía de las partes en el todo. Armonía mía conmigo mismo, con los demás, con el cosmos. Una armonía que tiene en Dios el secreto de su grandeza y solidez.

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