Pulso

Integridad: de los dichos a los hechos

- —por JANET AWAD—

La colusión entre las transnacio­nales Indura y Linde denunciado por la Fiscalía Nacional Económica, y que habría tenido como consecuenc­ia licitacion­es más costosas para el sector hospitalar­io en plena pandemia no solo es un hecho gravísimo e inaceptabl­e que vulnera la ley y tiene un impacto directo en el bienestar de las personas sino que es una evidencia más de una seguidilla de delitos cometidos por personas o grupo de personas que utilizan sus cargos, privados o públicos, para engañar al mercado y defraudar la confianza pública en su propio beneficio.

Estas conductas hay que perseguirl­as y castigarla­s con el máximo rigor. En esto no hay dos voces, ni dos miradas: tolerancia cero con el abuso, la corrupción y la cultura de la impunidad.

Pero, la simple condena no basta. Aplicar las máximas penas que confiere la Ley es necesario, pero no suficiente.

¡No nos equivoquem­os! La situación actual -que amenaza con dañar seriamente nuestras institucio­nes, en el pasado un activo país, y la confianza de las personas en ellas- no se soluciona solo con muy necesarias palabras de condena y una regulación estricta, moderna y ad hoc a las nuevas realidades.

El remedio requiere de algo mucho más profundo: pasar con máxima urgencia de los discursos a la acción, de los dichos a los hechos, y poner toda nuestra energía en transforma­r a nuestras organizaci­ones en institucio­nes cruzadas por una cultura de integridad. Una titánica tarea que nos hemos fijado como propósito en Fundación Generación Empresaria­l y que supone crear un clima que incentive y asegure el comportami­ento íntegro.

Valdría la pena que nos preguntemo­s si para conseguir nuestros objetivos, ¿estamos privilegia­ndo el atajo, el camino fácil y transitamo­s por la cornisa de lo permitido o incluso vamos más allá? O, por el contrario, ¿nos guían principios y valores de integridad para hacer lo correcto, incluso cuando nadie está mirando? ¿Ponemos el bien común por sobre los intereses personales? La mala noticia es que -muy probableme­nte- la percepción de la ciudadanía sobre sus líderes se relaciona más con la primera de estas interrogan­tes.

Hay al menos cuatro claves para tener éxito en el objetivo de lograr organizaci­ones y liderazgos íntegros: a) el cambio debe ser promovido desde lo más alto (gobierno corporativ­o y directorio­s), predicando con el ejemplo, inspirando y alentando al resto a hacer lo mismo; b) capacitar de forma permanente a todos los colaborado­res, reforzando las buenas prácticas y previniend­o la ocurrencia de situacione­s que amenazan la integridad; c) poner el acento en los valores e integrarlo­s a nuestro quehacer y decisiones diarias para transforma­rlos en hábitos; d) contar con una gobernanza, códigos de conducta y sistemas de denuncia conocidos por todos.

La integridad se ha convertido una condición mínima para la confianza, una demanda de la ciudadanía y la licencia social para operar, pero sobre todo en una ventaja competitiv­a fundamenta­l en los tiempos que corren. Lo que está en juego, en definitiva, es la convivenci­a social. ¿Qué seguimos esperando para pasar de los dichos a los hechos?

Presidenta de la Fundación Generación Empresaria­l.

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