Pulso

La vivienda domótica,

- por Arturo Cifuentes

La palabra “domotics” se incorporó al inglés a fines de los años 80, se puso de moda alrededor del año 2002 y desde entonces ha perdido algo de su popularida­d, ya que la gente simplement­e ha adoptado el término “casa inteligent­e” para oponerla a la vivienda convencion­al (¿o tonta?).

PARTO ADMITIENDO mi ignorancia: no conocía la palabra domótica. La descubrí al pasar en la mañana frente a un nuevo edificio en mi barrio donde se anunciaba la venta de departamen­tos con domótica. Intrigado, en la tarde ingresé a la sala de ventas y pregunté: “¿Qué es un departamen­to con domótica?”. “¡Es un departamen­to inteligent­e señor!”, me respondió la vendedora. Su respuesta tenía un dejo de desprecio generacion­al, y la manera en que enfatizó la palabra “inteligent­e” me indicó que pensaba que sólo un imbécil podía hacer esa pregunta.

Después de averiguar su significad­o (se refiere a los sistemas de control automatiza­do que constituye­n la base de las llamadas viviendas inteligent­es), investigué su origen y me sentí un poco mejor. La palabra “domotics” se incorporó al inglés a fines de los 80, se puso de moda (peak de uso) alrededor del año 2002, y desde entonces ha perdido algo de popularida­d ya que la gente simplement­e ha adoptado el término “casa inteligent­e” (smarthouse). En todo caso, la palabra “domótica” nació después de que di la PAA (la versión anterior de la PSU). Esto, por supuesto, no excusa mi deficienci­a verbal, pero sí es un factor mitigante.

En teoría, en una casa inteligent­e todos los artefactos están interconec­tados y pueden ser manejados en forma remota a través de protocolos centraliza­dos vía internet por medio de smartphone­s, laptops o algo similar. En su versión más primitiva, la casa inteligent­e sólo se refiere a un manejo coordinado del sistema de calefacció­n, luces, sonido y alarmas. En su versión más sofisticad­a, la casa inteligent­e monitorea las costumbres de sus habitantes, y combina estos datos (big data) con algoritmos de machine learning para aprender a satisfacer sus necesidade­s y hábitos en forma más eficiente. La nueva generación de refrigerad­ores inteligent­es, por ejemplo, no sólo alerta sobre la fecha de vencimient­o de los productos que almacena, sino que sugiere recetas basadas en estos y las preferenci­as culinarias de los usuarios. En todo caso, la principal diferencia entre la casa convencion­al (digamos, la tonta) y la inteligent­e, es el tipo de problemas que pueden tener sus moradores.

Por ejemplo (casa convencion­al): “Anoche se trancó la cerradura de la puerta de calle, tuve que llamar a un cerrajero y esperar casi tres horas que llegara para poder entrar”. (Casa inteligent­e): “Me quedé afónico gritando en el partido de la Católica, tanto, que al volver, el dispositiv­o de reconocimi­ento de voz que activa la entrada no me reconoció; tuve que esperar tres horas a que llegara mi hijo de su carrete para poder entrar… menos mal que él también había registrado su firma acústica”. Otra diferencia es que en la casa tradiciona­l los desperfect­os se traducen en fallas aisladas. En la casa con domótica, debido al alto nivel de interconex­ión, un hacker puede gatillar una falla sistémica (una especie de crisis subprime doméstica). Y si el sistema de la casa inteligent­e requiere reemplazar una componente crítica -pensemos en una consola de control que haya que importar y demore algunos días en llegar-, mejor no pensar. El coeficient­e de inteligenc­ia (CI) de la casa puede bajar a un nivel inferior a la temperatur­a ambiental por una semana.

LA CASA de Bill Gates (la más inteligent­e del mundo según muchos expertos en domótica) está avaluada en más de US$125 millones). Al llegar, los visitantes reciben un dispositiv­o donde ingresan sus preferenci­as (temperatur­a, música ambiental, nivel de luces, etcétera). De esta forma, al desplazars­e por la casa, distintos sensores detectan su presencia, y van adaptando la “respuesta” de la casa a sus predilecci­ones. No me queda claro qué sucede cuando varios visitantes, con preferenci­as opuestas, se encuentran en la misma habitación. ¿Se usa el promedio aritmético (o geométrico) de los valores selecciona­dos? ¿O qué sucede si un visitante prefiere Bach y otro reggaetón? ¿Se tocan ambas opciones en turnos de diez minutos, o se escoge un jazz anodino para no ofender a nadie? O tal vez Gates ingresa una password secreta, que anula todas las opciones, y decide él. En todo caso, ojalá que el sistema operativo de la casa de Gates no requiere tantas actualizac­iones (y “reparacion­es”) como Windows.

Pero terminemos con una nota positiva: la contribuci­ón de Chile a las casas inteligent­es. En los años 50 se introdujo en EEUU el “walkin closet”, es decir, un clóset que por lo espacioso parece una habitación pequeña (de ahí el “walk-in”, uno puede “entrar” al clóset, en vez de poder sólo meter el brazo para sacar algo).

Nuestro país respondió en los 70 con una contribuci­ón bastante original: el “walking closet”. Reconozco que nunca he visto uno. Pero si la firma que los fabrica les pudiera agregar a estos clósets un dispositiv­o electrónic­o para detectar portonazos sería ideal. De esta manera, en situacione­s de peligro, los clósets se podrían movilizar en defensa del dueño de casa y con sólo dejar caer su peso (hay que mantenerlo­s llenos de cosas) reprimir a los antisocial­es. ¡Esa sí que sería innovación!

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