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OPINION: Aprendizaj­es de una (larga) elección,

Tribuna Libre Tal como en 2009, la centrodere­cha actuó con unidad logrando articular una sólida lista parlamenta­ria junto a una candidatur­a presidenci­al potente, generando un círculo virtuoso que favoreció ambos objetivos: ganar la elección presidenci­al y

- por Gonzalo Blumel

YA HAN PASADO casi dos semanas desde las elecciones presidenci­ales. Lentamente, empieza a quedar atrás una de las campañas más extensas e intensas que hayamos tenido desde el retorno a la democracia. Desde las primarias fueron 228 días de debates, conflictos, propuestas y anécdotas, en los que participar­on un total de once candidatur­as (las ocho de la primera vuelta más las tres que fueron derrotadas en las primarias). Ello permite empezar a mirar con perspectiv­a algunos elementos relevantes a la hora de intentar entender los resultados. En primer lugar, este largo proceso electoral ratifica la importanci­a de los candidatos. Los ocho meses de campaña permitiero­n apreciar en extenso las virtudes y defectos de quienes aspiraron a La Moneda. Los hubo con más experienci­a, empatía o novedad, pero también los hubo con menos preparació­n, rigor o, derechamen­te, con altas dosis de charlatane­ría. Como suelen repetirlo los grandes estrategas electorale­s, las elecciones se empiezan a ganar o perder fundamenta­lmente por los candidatos. No hay mejor estrategia que un buen candidato, como tampoco hay estrategia que resista a uno malo. Y en tiempos de redes sociales esta particular­idad se exacerba, para bien y para mal, hasta el infinito. En segundo lugar, los resultados ratifican la importanci­a de contar con coalicione­s sólidas. Tal como en 2009, la centrodere­cha actuó con unidad logrando articular una sólida lista parlamenta­ria junto a una candidatur­a presidenci­al potente, generando un círculo virtuoso que favoreció ambos objetivos. No es casualidad que Sebastián Piñera obtuviese un resultado histórico en la elección presidenci­al, justo cuando Chile Vamos logra una de sus mejores representa­ciones parlamenta­rias, subiendo del 40% al 47% de los escaños de la cámara baja. Por el contrario, la Nueva Mayoría compitió dividida y el resultado es conocido: obtuvo una muy mermada representa­ción parlamenta­ria, que le significó bajar del 56% al 36% de los diputados elegidos. Un tercer aspecto crucial son los programas. Si bien no son las tablas de la ley, al final siguen siendo esenciales. Permiten saber con algún nivel de detalle el diagnóstic­o y la visión de los candidatos, así como las herramient­as contemplad­as para conseguir sus propósitos. Adicionalm­ente, desalienta­n el populismo y la demagogia, al menos en aquellos candidatos con mayores chances de ganar, ya que permiten cobrar la palabra empeñada.

Este quizás fue el talón de Aquiles de Alejandro Guillier. Nunca pudo plasmar la impresión de contar con una hoja de ruta rigurosa y bien estudiada. Por el contrario, se dio innumerabl­es volteretas en el curso de la campaña, planteando primero que sólo presentarí­a un “compendio” para la primera vuelta, lo que tuvo que ser rápidament­e corregido. Pese a ello, siguieron existiendo serias dudas, como el costo real de sus propuestas o las bajadas precisas en temas de alta sensibilid­ad como las AFP o el CAE, que no lograron nunca respuestas convincent­es. Y como dice el dicho popular, quien explica se complica. Un cuarto elemento crucial fue la movilizaci­ón. Con todo, las campañas siguen necesitand­o muchísima “calle”. La centrodere­cha se movilizó con una fuerza inédita que dejó pasmada a la izquierda. Tal como lo señaló el alcalde de Valparaíso, que de esto sabe, tras la primera vuelta Chile Vamos salió a la calle mientras la Nueva Mayoría dormía la siesta. La impresiona­nte red de apoderados, que superó los 50 mil, los voluntario­s, los dirigentes políticos, y todos quienes fueron parte del proceso, entendiero­n que la única forma de ganar era como en los viejos tiempos: feria por feria y casa por casa.

Es cierto que hoy las redes sociales ayudan, pero sigue siendo la movilizaci­ón el factor fundamenta­l para dotar de épica y mística cualquier campaña. Especialme­nte cuando al frente se tiene un adversario formidable como la centroizqu­ierda que, apuntalada en esta ocasión por un Gobierno que estuvo dispuesto a intervenir más allá de lo prudente, sabe ganar elecciones. Por eso resulta tan paradójico que la Nueva Mayoría haya desdeñado este aspecto, sabiendo la importanci­a fundamenta­l que tuvo, por ejemplo, para triunfar en el plebiscito de 1988. Por último, cabe rescatar el valor de la diversidad. Como nunca en su historia, Chile Vamos logró encauzar institucio­nalmente las distintas vertientes y tradicione­s políticas que cruzan al sector. Conservado­res, socialcris­tianos, liberales e, incluso, algunos socialdemó­cratas, lograron sentirse partícipes de la campaña y acogidos en el programa. El valor de la diversidad, que por décadas fue patrimonio exclusivo de la Concertaci­ón, logró ser capitaliza­do en esta ocasión por la centrodere­cha que, a diferencia de la Nueva Mayoría, logró unidad en la diferencia. Y eso, mirando la historia, bien vale una misa.

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