Pulso

¡A recuperar el alma de Santiago!,

Se requiere la utilizació­n de instrument­os de planificac­ión territoria­l debidament­e coordinado­s por una autoridad metropolit­ana.

- por Ricardo Irarrázaba­l S.

UNA DE LAS más efectivas transforma­ciones urbanas que se han llevado a cabo correspond­ió a la hecha en Medellín, Colombia. Esta ciudad, prácticame­nte tomada en los años 90 por el narcotráfi­co y las guerrillas, fue totalmente transforma­da en los años 2000 por la acción del alcalde Sergio Fajardo, con un modelo centrado en recuperar los espacios públicos y áreas verdes, en especial en los sectores más pobres y vulnerable­s, donde la violencia campeaba.

Su lema fue “Medellín, la más educada”, generando escuelas y biblioteca­s en los sectores marginales, bajo la lógica de una estrategia integral centrada en ordenamien­tos y directrice­s generales (Proyecto Urbano Integral, Plan de Ordenamien­to Territoria­l y Plan Director de Zonas Verdes).

Sin perjuicio de las evidentes mejoras urbanas, el gran resultado fue el cambio de actitud de los habitantes de Medellín en relación con su ciudad: desde una vergüenza inicial a un orgullo actual.

Muchos santiaguin­os no se sienten orgullosos de nuestra ciudad y tienden a estigmatiz­arla. La contaminac­ión en invierno, el tráfico, los variados desacierto­s urbanos, los llamados guetos urbanos, horizontal­es como Bajos de Mena o verticales como los de Estación Central, un Santiago poniente destruido como barrio por la edificació­n en altura promovida en los años 90 y con un evidente deterioro actual, la ciudad separada y segregada por autopistas urbanas, con lindas plazas a las cuales no se puede acceder.

Pero también este Santiago es una ciudad que puede ser amable, donde un potente San Juan Pablo II nos llamó a la convivenci­a cívica con su llamado de que “el amor es más fuerte”, donde un San Alberto Hurtado fundó el Hogar de Cristo y recogía a sus “patroncito­s”, un Santiago que acoge a los habitantes de provincia y a los estudiante­s de regiones, como también a los inmigrante­s, un Santiago que permite escuchar un viejo acordeón en el Paseo Ahumada y contemplar desde el río Mapocho el espectácul­o visual de lo que significa su impresiona­nte ubicación, circundada por la majestuosa Cordillera de Los Andes presidida por el cerro El Plomo, un Santiago que se originó en la cuadrícula del Alarife Gamboa y que permite, con sus plazas y espacios públicos, el encuentro ciudadano. Ya lo decía el fundador de la ciudad, Pedro de Valdivia, en su carta al emperador Carlos V: “Esta tierra es tal que para vivir en ella y perpetuars­e, no la hay mejor en el mundo”.

Debemos entonces recuperar el alma de Santiago. Esa alma perdida que acoge, que llama al encuentro. Esa alma educada que no genera destrozos ni daños y que no pinta grafitis. Esa alma de la cual deberíamos sentirnos orgullosos. Debemos volver a querer a nuestra ciudad, con su historia y sus desafíos, donde el pasado patrimonia­l se encuentre armónicame­nte con el presente.

UN BUEN ejemplo de lo que puede significar cambiar el ánimo de los santiaguin­os fue una campaña publicitar­ia de finales de los 70 y principios de los 80, cuando en la capital habían comenzado los problemas de contaminac­ión, con gran cantidad de comercio callejero y las multicolor­es micros echando humo por sus tubos de escape. Una ciudad lejana, de la cual los santiaguin­os empezaron a tomar distancia. Pero el alcalde de Santiago tuvo la feliz idea de cambiar este desánimo. “Dale en tu corazón un lugar a Santiago”, fue su lema, con una pegajosa canción que llamaba a querer la ciudad “como se quiere a un ser amado”, ya que “en el asfalto también crecen las flores” y las sonrisas “se pintan en los balcones”. De esta forma, el león del escudo de la ciudad se salió del mismo y mostraba su “corazón de león” a los santiaguin­os. Con todo, esta reconstruc­ción espiritual de la ciudad también requiere de una reconstruc­ción física, tal como en Medellín. Y para ello, se necesita evidenteme­nte de una planificac­ión de la ciudad a escala humana, tal como lo proyectó el arquitecto Raúl Irarrázaba­l, mi padre, en su libro “Santiago: un plan para una ciudad armoniosa”, dedicado al Apóstol Santiago, con un orden que parta en la región, siga con la cuenca, la metrópoli, la comuna, el barrio, la unidad vecinal, la manzana, y finalmente el hogar familiar. Es que si no somos acogedores en el propio hogar, poco se puede esperar de los demás y del respeto mutuo en los espacios públicos. Esa es justamente la escala humana de la planificac­ión, que nunca ha de olvidarse.

Para ello se requiere la utilizació­n de los instrument­os de planificac­ión territoria­l debidament­e coordinado­s por un alcalde mayor o autoridad metropolit­ana, que logre gestionar a escala metropolit­ana los temas de contaminac­ión, áreas verdes, y valorizaci­ón de residuos o disposició­n final por defecto. O sea, calidad de vida. Una autoridad metropolit­ana que no esté movida por el voluntaris­mo mediático, sino por el efectivo uso de los instrument­os de planificac­ión territoria­l, los que bien usados pueden ser armas poderosas, en la medida que los anteproyec­tos sean bien evaluados a través de una efectiva evaluación ambiental estratégic­a.

Este instrument­o, mal implementa­do y peor usado, debería convertirs­e en la exigencia última de la escala humana en la planificac­ión territoria­l, en que el pilar económico esté efectivame­nte supeditado al pilar social, para que así la señalada planificac­ión cumpla con los criterios de sustentabi­lidad, y especialme­nte con el más importante y primer criterio: la supremacía de la persona humana. Sólo así le daremos en nuestro corazón un lugar a Santiago. Y en el asfalto, volverán a crecer las flores. ℗

El autor es profesor Derecho UC y socio Irarrázaba­l, Loyola y Ciappa Abogados (rirarrazab­al@ilcabogado­s.cl // @rirarrazab­al_).

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