La Tercera

Preocupant­e estrechez de las finanzas públicas

Este complejo cuadro debe ser enfrentado con pragmatism­o, donde no cabe fiarse solo de las fuentes de ingresos provenient­es de nuestros recursos naturales, sino que también exige una revisión profunda del gasto público y una agenda procrecimi­ento.

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Aprincipio­s del año 2023, el Consejo Fiscal Autónomo (CFA), ante el sorpresivo superávit fiscal estructura­l del año 2022, advirtió que esta situación era excepciona­l y el 2023 el balance volvería a ser deficitari­o, alertando sus riesgos. Y así ocurrió, cuando el balance estructura­l pasó de un 0,2% del PIB a un déficit de 2,6% el 2023, que de considerar­se el ajuste cíclico a todos los ingresos provenient­es del litio, el resultado hubiera sido un déficit de 3,6% del PIB. Mientras, la deuda pública continuó creciendo, ubicándose levemente bajo el umbral del 40% del PIB. El propio CFA ha indicado recienteme­nte que se evidencia un “estrés fiscal”, haciendo ver la necesidad de que el gobierno y el Congreso alcancen acuerdos para equilibrar el balance presupuest­ario y no afectar la sostenibil­idad de las finanzas públicas.

La estrechez fiscal sin duda no es consecuenc­ia solo de lo ocurrido durante esta administra­ción. El deterioro de las finanzas públicas comenzó el año 2008, con déficits fiscales persistent­es en el tiempo, y una consolidac­ión fiscal que nunca se pudo lograr debido al deterioro del crecimient­o potencial de la economía, acompañado de un hito importante como fue la reforma tributaria del año 2014, la cual comprometi­ó gastos permanente­s financiado­s parcialmen­te. De ahí la importanci­a de no volver a cometer el error de compromete­r gastos antes de tener claridad de que los ingresos proyectado­s se materializ­arán con un alto grado de probabilid­ad.

En el sector privado, cuando una institució­n enfrenta una situación de estrechez financiera, entonces ajusta su operación a sus fuentes de financiami­ento; en cambio, en el sector público existe una resistenci­a inexplicab­le a revisar cómo se gastan los recursos que aportan los ciudadanos, argumentan­do una rigidez del gasto público que en los hechos no es más que una forma de esconder la escasa voluntad de avanzar en esta materia. La esperanza queda puesta en que la situación fiscal se corregirá ajustando el crecimient­o del gasto en promedio bajo el 1% anual durante los próximos cuatro años, pero ello tiene una baja probabilid­ad de materializ­arse, consideran­do lo que ha sido la tendencia de crecimient­o del gasto en la última década, muy superior a esa cifra.

La consolidac­ión fiscal requiere de medidas creíbles que puedan ser ejecutadas por la administra­ción de turno; de lo contrario, se cae en el ejercicio inconducen­te de traspasarl­e el costo del ajuste al siguiente gobierno. Si la revisión del gasto no fuera suficiente para lograr el balance de ingresos y gastos, es prioridad entonces que la mayor recaudació­n fiscal se destine en primer lugar a estos efectos, antes de alentar nuevas expectativ­as de gasto social a la ciudadanía.

La estrechez fiscal debe ser enfrentada con el debido pragmatism­o, donde no cabe fiarse solo de las nuevas fuentes de ingresos permanente­s provenient­es de nuestros recursos naturales, como el litio, el cobre -que vuelve a vivir un período de auge- o el hidrógeno verde, sino también exige una revisión profunda del gasto público que nos permita enfrentar las necesidade­s inmediatas. Y ciertament­e priorizar una verdadera agenda procrecimi­ento, porque la magra expansión de la economía ha sido una de las causas fundamenta­les de nuestro desequilib­rio fiscal.

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