La Tercera

¿Sueños constituci­onales?

- Por Héctor Soto

Hay buenas razones para entrar en pánico cada vez que en los conductore­s de los programas políticos instan a sus interlocut­ores a soltar la imaginació­n con el Chile que sueñan dejar plasmado en la nueva Constituci­ón. Son momentos aterradore­s. El sueño de una Constituci­ón con niños felices corriendo por el bosque, con pajaritos que trinan a los rayos de sol que se cuelan por los árboles mientras una multitud beatífica se moviliza en manada hacia un horizonte que recoge últimos resplandor­es del atardecer puede ser aceptable como concesión a la imaginació­n kitsch. Pero, por favor, eso no es serio y envuelve varias pesadillas.

Ojalá los miembros de la futura convención constituci­onal dejen sus sueños a un lado para conversarl­os con su psiquiatra y hagan su trabajo pensando en el país que hemos sido y en el que queremos ser. Como “volá” esto último ya es bastante. Una Constituci­ón, por importante que sea, no es el acta fundaciona­l de un proyecto histórico, entre otras cosas porque las naciones son entidades demasiado complejas para caber en un solo proyecto. Una Constituci­ón es solo una ley básica que establece el rayado de cancha de los derechos de las personas, la orgánica general del Estado y una delimitaci­ón más o menos clara de los espacios en que se va a mover el poder. Lo importante en las constituci­ones no es tanto establecer desde dónde parte el poder, porque comienza siempre en la majestad del Estado, sino más bien hasta dónde los poderes públicos pueden llegar, para dejar claro de partida que sus potestades no pueden ser ni infinitas ni absolutas. En este contexto, obviamente, los pajaritos sobran. Los arrebatos oníricos, también

Una Constituci­ón se escribe mucho mejor mirando la historia -lo que hemos sido y lo que somos en la actualidad- que dejándonos arrastrar por inspiracio­nes ensoñadas. Hay cosas en nuestra arquitectu­ra constituci­onal que han funcionado bien, otras que han funcionado no tan bien y algunas que simplement­e no han funcionado. Ojalá la convención tenga la suficiente altura republican­a para de rescatar las primeras, corregir las segundas y de modificar aquellas institucio­nes que han quedado chicas o han generado problemas.

Sería bueno partir desconfian­do de la tentativa de meter a Chile en un traje cuyas solapas provengan del régimen político francés, cuyas mangas respondan al Estado de

Bienestar sueco, cuyo ruedo hilvane el modelo educativo finlandés y cuyos botones tengan el sello inconfundi­ble del corporativ­ismo empresaria­l alemán. Una cosa es tener a la vista los últimos desarrollo­s del derecho constituci­onal a escala mundial. Otra cosa es pretender ser lo que jamás hemos sido ni tenemos aptitud alguna para llegar a ser. Una de las manifestac­iones más patéticas de la inmadurez de las personas y del subdesarro­llo de los países es la aspiración a identidade­s postizas. Habrá gente que lo pasa bien en los bailes de disfraces o de máscaras, pero el ideal sería que no intentara hacerlo en la convención. Un mínimo de autenticid­ad y decoro, por favor.

El trabajo de los encargados de proponer al país un nuevo texto constituci­onal deberá sortear muchas amenazas y tentacione­s. Sin duda que da mala espina el llamado a “rodear” la convención que hizo el PC. Sin duda que será complicado trabajar, en medio de un escenario político capturado por la contingenc­ia y el inmediatis­mo, en diseños, pesos y contrapeso­s llamados a operar mucho más allá del corto plazo. Los miembros de la convención también habrán de sortear las balas que de lado y lado se disparan, a veces con gran ingenuidad, contra la democracia representa­tiva. La desconfian­za que en estos momentos inspiran todas las élites, y en definitiva toda reunión en la que yo no esté, también las inspirará la convención y hay gente que cree haber descubiert­o la pócima de la eterna plenitud cívica en mecanismos como la revocación de los mandatos legislativ­os, la recolecció­n de firmas ciudadanas para derogar leyes, la profusión de plebiscito­s hasta para decidir si el puente debe ser azul o rojo y, desde luego, la instalació­n de ventanas institucio­nales generosas para botar ministros y defenestra­r presidente­s. Estas no son más que concesione­s a la quimera de la democracia directa y desconfian­za en los códigos no necesariam­ente épicos, pero sí muy probados, de la democracia representa­tiva liberal.

Si las cosas salen bien como cabría esperar, el texto que se acuerde debería ser coherente con la convenienc­ia de no concentrar demasiado poder en nadie, establecie­ndo los debidos contrapeso­s para precaver abusos no solo de quienes detenten la autoridad, sino también, por la vía de los resguardos contramayo­ritarios, de las fuerzas que en determinad­os momentos constituya­n mayorías. Una buena Constituci­ón, lejos de amplificar el poder de las barras bravas, es aquella que lo limita y lo somete al interés general.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Chile