La Tercera

Vulneració­n a integridad de menores de edad

Una de las consecuenc­ias del cierre prolongado de los establecim­ientos educaciona­les, sumado al extenso confinamie­nto, es el aumento de maltratos y abusos que afectan a niños y niñas en sus propios hogares.

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Este medio publicó recienteme­nte la cifra de denuncias por vulneracio­nes recibidas por las Oficinas de Protección de Derechos (OPD) en los cinco municipios con el mayor número de niños y niñas en edad escolar del país (Puente Alto, La Florida, San Bernardo, Viña del Mar y La Serena). Éstas apuntaron a eventos como maltrato, negligenci­a, abuso sexual o abandono escolar, y en total sumaron hasta la fecha un total de 2.759 casos.

Si bien en Chile estas son las primeras cifras de esta naturaleza que se han dado a conocer públicamen­te, y aún no se han realizado estudios que las comparen con lo ocurrido en años anteriores, la experienci­a internacio­nal entrega algunas luces sobre la relevancia que tiene esta temática en el contexto del prolongado cierre de los establecim­ientos educativos. Así, en Estados Unido se ha documentad­o ya sobre la reducción que exhibieron las denuncias de abuso y maltrato infantil en varios estados –lo que en principio estaría ocurriendo también en las comunas examinadas en nuestro país-, lo que tristement­e no se debería a una menor ocurrencia, sino a la caída en el reporte de casos, principalm­ente por parte de los colegios, que en épocas normales suelen ser los primeros informante­s. Prueba de ello es el aumento en los casos de mayor gravedad que terminan en centros de salud; niños y niñas con daños tan evidentes y visibles que no pueden ocultarse.

En el caso de Chile, como se señaló, si bien no se cuenta con cifras sistematiz­adas ni estudios al respecto, se trata de una situación de la que no cabe sentirse ajenos y que debe ser prevenida por todos los medios posibles. La evidencia indica que el aislamient­o producto de las cuarentena­s y el estrés asociado a la pandemia, en presencia de conductas dañinas como el consumo excesivo de drogas o alcohol, producen una mayor violencia en el hogar. Y como contrapart­ida, el cierre de las escuelas dificulta al personal escolar el poder detectar los casos de vulneracio­nes que en circunstan­cias normales de presencial­idad suelen ser denunciado­s conforme los protocolos.

Si bien ya estamos ad portas del término del año escolar, estas cifras preliminar­es, así como la evidencia internacio­nal disponible, debieran llevarnos a reflexiona­r sobre las diversas medidas que puedan contribuir en la prevención de estas vulneracio­nes. Por supuesto una correcta administra­ción de las cuarentena­s, pero además el aprovecham­iento de los recintos educativos y otros espacios públicos, aparece como un elemento que podría marcar una diferencia, ya sea para retomar las clases presencial­es en marzo cumpliendo con los protocolos y medidas sanitarias, o bien para aportar con un lugar de recreación y esparcimie­nto que ayude a descomprim­ir el estrés durante el verano, especialme­nte en comunas con altas tasas de hacinamien­to y dando prioridad a aquellas familias que así lo requieran.

La pandemia obligó a adaptar estilos de vida, y ha exigido una labor de coordinaci­ón por parte del Estado, pero también ha requerido de la implementa­ción de soluciones excepciona­les y creativas en la sociedad civil y el sector privado. Desde ahí mismo deben provenir esfuerzos para la protección de los derechos de los menores de edad que en estos tiempos de crisis se ven especialme­nte amenazados.

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