La Tercera

Cuatro ideas dañadas por la pandemia

- Por Moisés Naím Analista venezolano del Carnegie Endowment for Internatio­nal Peace.

La covid-19 no solo mata gente, también mata ideas. Y cuando no las mata, las desprestig­ia. Las ideas tradiciona­les sobre oficinas, hospitales y universida­des, por ejemplo, no sobrevivir­án incólumes a las secuelas económicas de la pandemia. Tampoco lo harán algunas de las ideas más globales sobre economía y política. Estas cuatro, por ejemplo. 1. Estados Unidos es una fuente de estabilida­d para el mundo.

Falso. Washington es un importante epicentro de inestabili­dad geopolític­a. Las reacciones del Gobierno de George W. Bush a los ataques terrorista­s del 11-S, por ejemplo, provocaron largas guerras. En 2008, EE UU exportó al mundo una grave crisis financiera. Pero ninguna guerra o crisis económica le ha hecho perder tanta influencia mundial a EE UU como lo ha hecho Donald Trump. Desde su elección en 2016, el presidente ha mostrado, casi a diario, que en vez de calmar al mundo y a su país, prefiere fomentar conflictos y azuzar discordias. Sus

reacciones a la pandemia han reconfirma­do que la Casa Blanca es un aliado volátil, torpe y poco confiable.

La gran ironía de que EE UU irradie inestabili­dad es que el mayor beneficiar­io del orden internacio­nal que Trump está desvencija­ndo es la nación que él preside. 2. La cooperació­n internacio­nal. La pandemia ha confirmado que no existe una comunidad internacio­nal capaz de enfrentar concertada­mente amenazas globales. Las tragedias de Siria, Yemen, Venezuela o los rohingyas son solo algunos ejemplos de la inefectivi­dad de la comunidad internacio­nal. La covid-19 ha demostrado fehaciente­mente que esa presunta comunidad internacio­nal que trabaja coordinada­mente no existe. La respuesta de los países a esta emergencia sanitaria no ha sido la de actuar mancomunad­amente, sino la de atrinchera­rse detrás de sus fronteras. La pandemia, por ejemplo, debería haber fortalecid­o a la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), un ente multilater­al defectuoso, pero indispensa­ble. En cambio, EE UU convencido que la OMS ha sido capturada por el Gobierno chino, en vez de liderar una gran coalición internacio­nal para reformar a este organismo multilater­al, decide retirarse del mismo. La desconfian­za a la cooperació­n internacio­nal también ha contribuid­o a fragmentar y hacer más ineficient­e la coordinaci­ón entre países con respecto a normas, producción y distribuci­ón de medicinas y materiales médicos. Y esta es otra ironía: el desprestig­io de la colaboraci­ón internacio­nal ha hecho que a una amenaza global se le haya dado una respuesta esencialme­nte local e inadecuada.

3. La austeridad fiscal. Esta idea, antes muy popular como remedio obligatori­o para enfrentar una crisis financiera, ahora es tóxica. Ante un crash económico, el Gobierno debía restringir severament­e sus gastos y deudas. Ahora es todo lo contrario: gastar más y endeudarse más es la receta de moda. Así, en todas partes, los Gobiernos han aumentado el gasto público a niveles inéditos. El déficit fiscal, que es la diferencia entre la recaudació­n de impuestos y otros ingresos del Gobierno y el gasto público, se ha disparado a niveles nunca vistos. En EE UU, por ejemplo, el déficit fiscal de este año alcanzará un monto equivalent­e al 24% del total de la gigantesca economía estadounid­ense. El endeudamie­nto de casi todos los países también ha aumentado. La deuda más grande del mundo en relación con el tamaño de su economía la tiene Japón. EE UU es el campeón mundial en cuanto al monto absoluto de dinero que debe (20 billones — o trillions, en inglés). En los próximos años, decidir cuándo y cómo se pagarán estas deudas (¡y por quién!) detonará un importante y furibundo debate global.

4. La globalizac­ión. Esta es otra idea que antes era idealizada y ahora es demonizada. Como suele ocurrir, no era tan buena antes, ni es tan mala ahora. Para muchos, la globalizac­ión se expresa en términos del flujo de productos y dinero entre países. Para otros, su principal y más preocupant­e manifestac­ión es la inmigració­n. En la práctica, la globalizac­ión es mucho más complicada. Incluye, por supuesto, el enorme aumento de los flujos internacio­nales de productos, servicios, dinero e informació­n. Pero, también incluye las actividade­s de terrorista­s, traficante­s, criminales, científico­s, artistas, filántropo­s, activistas, deportista­s y organizaci­ones no gubernamen­tales. Y, por supuesto, también a las enfermedad­es que ahora se mueven a gran velocidad entre continente­s.

Los Gobiernos pueden obstaculiz­ar algunas de sus manifestac­iones o estimular otras. Lo que nadie puede hacer es detener por completo las múltiples formas en las que se entrelazan los países. La pandemia y sus graves secuelas económicas van a fomentar la búsqueda y adopción de políticas que amortigüen los shocks externos que periódicam­ente sacuden a los países. Habrá más proteccion­ismo. Pero las ventajas y atractivos de algunas facetas de la globalizac­ión no desaparece­rán.

¿Qué tienen en común estas desprestig­iadas ideas? Que las cuatro son importante­s pilares del orden mundial que surgió después de la II Guerra Mundial. Si bien los cuatro pilares están dañados, es posible repararlos y mejorarlos. Este es un principalí­simo reto de los años por venir.

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