La Tercera

La racionalid­ad constituye­nte

- Carlos Mélendez Académico UDP y COES

En el escenario más probable de los próximos dos años, el país tendrá como principal objetivo redactar una nueva Carta Magna. No será un proceso sencillo, sobre todo si se considera que se realizará en medio una ola de movilizaci­ón social –que presionará por incluir determinad­as demandas- y con coyunturas electorale­s inéditas –de gobernador­es regionales- y significat­ivas – la elección presidenci­al del 2021. Si bien dentro de quienes están a favor del proceso constituye­nte se vislumbra optimismo por la receptivid­ad de la opinión pública, a nivel técnico quedan muchas interrogan­tes.

Dada la manera de cómo hemos llegado a la inminencia del proceso constituye­nte, tenemos alguna idea de cómo podría ser una nueva Constituci­ón: quizás más socialdemó­crata -o al menos con mayor discusión sobre un verdadero sistema de protección social-, definitiva­mente más feminista e incluyente con respecto a minorías, más desconfiad­a con los poderes tutelares de las Fuerzas Armadas y de Orden, pero a su vez más preocupada por el orden público. Veremos un proceso que, a su vez, tendrá que construir un nuevo modelo de país, consideran­do los pilares eficientes del crecimient­o económico e injertando otros nuevos, necesarios para una concepción de la política pública más equitativa.

¿Cómo pasamos de esta constelaci­ón de ideas y sentidos comunes a la estructura normativa en sí? ¿Cuál es el “modelo” –si acaso existe- que van a tomar los políticos y constituye­ntes al momento de elaborar la nueva Constituci­ón? En primer lugar, estamos frente a la posibilida­d de un proceso innovador, quizás sin antecedent­es en el país y en la región. Pero, incluso los mayores esfuerzos de creativida­d parten de considerar y tomar como guías procesos similares (exitosos o no) desarrolla­dos en otras partes. Hacer una Constituci­ón más feminista y más redistribu­tiva, requiere necesariam­ente consultar referentes, al menos en el vecindario. Luego de la debacle del paradigma bolivarian­o, queda la interrogan­te sobre cuál será la influencia ideológica (progresist­a) del venidero proceso chileno.

Lo anterior nos lleva al segundo punto: sea cual sea la ruta a seguir son inevitable­s los sesgos tanto ideológico­s como de intereses (desde particular­es hasta políticos) que formatea la racionalid­ad de los tomadores de decisión. A ello, hay que sumar los atajos cognitivos que tendrán que asumir los responsabl­es del diseño constituci­onal en un contexto de presiones colectivas, tiempo ajustado e inmensa expectativ­a. La heurística cognitiva –la indagación de pruebas y errores- de los “ingenieros constituci­onales” será tan clave como las influencia­s ideológica­s, porque las opciones que toman los actores no es siempre la más coherente en términos programáti­cos, sino la alternativ­a más pragmática, más cómoda, más viable, aunque muchas veces sea la incorrecta. La traducción de las demandas sociales en fundamento­s constituci­onales va a tener los errores propios de una racionalid­ad limitada por las circunstan­cias.

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