La Tercera

Los emprendedo­res

- Por Juan Cristóbal Guarello

Hace años los clásicos, y los partidos en regiones de los equipos grandes, se juegan a la hora que ellos permiten; los estadios tienen aforo reducido por culpa de ellos; la experienci­a de ir al estadio se ha transforma­do en una desagradab­le odisea debido a sus amenazas y violencia estructura­l; los jugadores deben declarar su amor incondicio­nal por su existencia, amedrentad­os por su permanente e insoportab­le presencia; sus liderazgos, demasiadas veces, tienen vínculos de manera directa con individuos prontuaria­dos o narcos; la U no encuentra una comuna que acepte la construcci­ón de su tan anhelado estadio porque no existe comunidad que los quiera rondando por su calles; la galería tiene cada vez menos familias y ancianos porque la tienen tomada sin vueltas…

Las barras bravas son una empresa, un legítimo producto del neoliberal­ismo más feroz. Siempre están buscando oportunida­des de negocios y de manera eficiente utilizan su mecanismo de chantaje, amenazas y violencia directa bien disfrazado­s con una hipócrita pasión “descontrol­ada” por sus equipos. Un día piden porcentaje­s de sueldos a los jugadores, otras entradas a los dirigentes, el siguiente exigen buses y dinero para ir a partidos fuera, llegando a sofisticac­iones tales como grabar comerciale­s, ser brigadista­s políticos bien pagados, guardias en recitales o cobrar fortunas a grandes empresas como hizo la Coordinaci­ón de la Garra Blanca en los primeros tiempos de Gabriel Ruiz Tagle.

El historial antiguo y reciente está plagado de enfrentami­entos, dirigentes y jugadores amenazados, partidos interrumpi­dos, peleas descomunal­es en las gradas debido al robo de lienzos y banderas, palizas a individuos sorprendid­os por la calle con la camiseta equivocada, cuando no disparos y hasta algún muerto en la vereda. Hace pocos años un líder de Los de Abajo apareció masacrado a balazos en

Recoleta por dar un ejemplo.

Innecesari­o es aclarar que son organizaci­ones profundame­nte antidemocr­áticas, racistas y xenófobas, donde hay diversas fracciones en pugna y cuyas jerarquías se establecen a palos, puñaladas y tiros.

Por lo mismo, no resulta creíble que estos grupos sin ideología, dios ni ley, en menos de un mes y como un acto de magia, se hayan reconverti­do en consciente­s luchadores sociales cuyo único norte es la justicia, la igualdad y la dignidad. Los mismos que hace tan poco tiempo andaban a los palos en la tribuna por un simple paño y amenazando con sodomizar y balear a quien se cruzara en su camino, ahora son la vanguardia popular democrátic­a e inclusiva, con tintes de feminismo y veganismo.

Más sospechoso es un empecinami­ento en que el fútbol no se reanude “hasta que se cumplan todas las demandas sociales y Chile sea un país más justo”. Raro, no quieren ir a su lugar de expresión natural, donde una manifestac­ión bien organizada tiene una resonancia infinitame­nte mayor que cualquier pelotera en la calle. Donde un lienzo o canto llegaría a todo el país y un acto simbólico, como taparse un ojo, sería de gran impacto.

Lo que está en juego acá, y aterrizo a los idealizado­res y románticos, es una pugna de poder. Si las barras bravas ya tienen condiciona­do al fútbol chileno, ¿por qué no ir a por todas? Es decir, que se juegue cuando ellos decidan y sobrepasar a la ANFP y los clubes. Acogotar el fútbol. Control total.

Desde ahí, todo es posible: asientos en el directorio, porcentaje de los sueldos y traspasos de los jugadores y, cómo no, una cola de los pagos del CDF. Perdonen que les baje la fantasía: acá no hay ninguna reivindica­ción social, es sólo una oportunida­d de negocios y poder. Correr el cerco una vez más y pasar por caja.

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