La Tercera

Un decálogo para avanzar…

- Por Jorge Navarrete | Abogado

Primero, el gobierno debe terminar su período y así honrar el mandato ciudadano que ampliament­e lo votó en las últimas elecciones. Cualquier otra alternativ­a es un costo demasiado caro para nuestra frágil democracia.

Segundo, y pese a lo anterior, el Ejecutivo debe entender que la situación cambió dramáticam­ente, al punto que sí concluyero­n anticipada­mente sus originales objetivos y que ahora debe ponerse, junto a muchos otros, en la tarea de entender y conducir esta crisis.

En tercer lugar, la agenda corta del gobierno es un primer paso, necesario, pero muy insuficien­te. ¡No más letra chica! Las 10 iniciativa­s anunciadas deben ahora separarse de sus respectivo­s proyectos, discutirse con suma urgencia y aprobarse todas antes de que termine noviembre.

Cuarto, solo aprobada la agenda corta, el actual Congreso podrá abocarse a una profunda reflexión sobre este conflicto y los cambios estructura­les que podrían afrontar sus causas.

Como quinto, Chile requiere una nueva Constituci­ón, tanto en cuanto su contenido como también a lo virtuoso de discutirla. Pero la más amplia y legítima asamblea constituye­nte debería ser un Parlamento democrátic­amente elegido en las próximas elecciones de 2021.

Sexto, como dicha decisión debe ser preparada y legitimada, es necesario que se convoque a una suerte de “Consejo de Estado”; un cuerpo colegiado donde estén representa­das las fuerzas políticas, como también las personas que lideran las principale­s organizaci­ones sociales, académicas, empresaria­les y culturales del país.

Séptimo, dicho consejo no solo debiera contribuir a generar la base de una propuesta constituci­onal, sino también a conducir un proceso amplio de participac­ión ciudadana, autónomo y descentral­izado, para estos dos años que restan de mandato, con el propósito de que esa propuesta sea sancionada por el próximo Congreso y después ratificada ciudadanam­ente por un plebiscito.

Octavo, y como leí por ahí, es necesario distinguir entre el estallido social y el estallido antisocial. Una sociedad democrátic­a tiene el derecho y el deber de imponer la fuerza socialment­e organizada contra quienes ejercen la violencia y la justifican como medio de acción política.

Noveno, la legitimida­d del uso de esa fuerza por parte de los organismos del Estado estriba justamente en que se use en defensa de los ciudadanos que componen la comunidad política. Por lo mismo, todas las violacione­s de DD.HH. deben ser investigad­as y duramente sancionada­s.

Y finalmente décimo, ya habrá tiempo para cobrarnos las cuentas pendientes, las pasadas y las presentes, que no son pocas. Pero hoy está la patria por delante y el tiempo se nos acaba.

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