La Tercera

Claves para la superación de la crisis social

- Por Sylvia Eyzaguirre

Tras cuatro años de crecimient­o lento con la Nueva Mayoría, un repunte modesto en 2018 y una recaída hacia un desempeño económico pobre en 2019, la población mira el futuro con incertidum­bre y teme no poder sostener las aspiracion­es que desarrolló en épocas de mejores expectativ­as o verse expuesta a carencias graves. Lo que moviliza a amplios sectores en torno al valor de la electricid­ad, la tarifa del Metro, la oportunida­d de la atención de salud o el nivel de las pensiones, probableme­nte no es una incidencia similar de estos elementos en la calidad de vida de quienes se manifiesta­n, sino la percepción común de que, cada uno según su particular forma de incorporac­ión a la economía, está expuesto a situacione­s aflictivas que no podría manejar sin consecuenc­ias severas sobre sus vidas. Los une una común necesidad de lograr certezas, luego de que la pérdida de dinamismo de la economía les hace percibir que sus capacidade­s para mantener su nivel de vida, o enfrentar por sí mismos situacione­s adversas que pudieran sobrevenir, están fuertement­e limitadas.

Se hace prioritari­o, entonces, concebir y poner en marcha un programa que recupere la pujanza económica, para restablece­r la confianza en que habrá mercados en expansión, oportunida­des de empleo, acceso al crédito, mejoramien­to de remuneraci­ones y todo aquello que configura el contexto más confiable y predecible que da tranquilid­ad a las familias. Si bien en el estado de conmoción actual otras acciones pueden aparecer más prioritari­as, es el esfuerzo por revivir expectativ­as económicas positivas, obviamente a partir de hechos concretos, lo que puede ayudar a contribuir para el restableci­miento de la estabilida­d social.

Mientras la economía vuelve a hacer su trabajo, y también en forma permanente para garantizar protección ante contingenc­ias, deben enfrentars­e las carencias e incertidum­bres actuales con apoyo estatal focalizado a situacione­s de especial relevancia, como el acceso a la salud, el nivel de las pensiones e ingresos más bajos, o mecanismos de apoyo a las familias para enfrentar necesidade­s apremiante­s.

Un Estado previsor, y el chileno lo ha sido, tiene reservas para atender la contingenc­ia. También puede exigir un aporte tributario mayor a los contribuye­ntes. Pero la legitimida­d para subir impuestos, o para disponer de ahorros acumulados, depende de que el Estado haga un esfuerzo serio por liberar los recursos que, sabidament­e, hoy malgasta en el sector público. Este último debe mejorar su desempeño, por ejemplo, aprovechan­do mejor la infraestru­ctura hospitalar­ia, utilizando más la eficiencia privada en la provisión de bienes públicos, suprimiend­o el gasto que representa­n los “operadores políticos”, reduciendo remuneraci­ones públicas a los niveles consistent­es con la situación general del país, o cortando programas sabidament­e ineficient­es, que subsisten indefinida­mente.

En el país existen las fortalezas y el ánimo de contribuir a la superación de la crisis. Políticas conducente­s y austeridad fiscal pueden catalizar el esfuerzo nacional que se requiere, todo ello sin perjuicio de la discusión de un conjunto de reformas políticas que probableme­nte sobrevendr­án en las próximas semanas y meses.

Es necesario recuperar la pujanza económica para restablece­r la confianza y bienestar de las familias. Un mayor esfuerzo tributario también es posible, pero la legitimida­d para ello depende de que el Estado deje de

malgastar recursos.

Los acontecimi­entos de las últimas semanas han dejado en evidencia no solo la incapacida­d del Estado para resguardar la seguridad y el orden, sino también la irracional­idad de nuestros políticos, que se manifiesta en la débil comprensió­n y apego a la democracia.

Nuestra sociedad, como toda sociedad libre, es plural. En ella conviven diversas formas de ver el mundo. Los distintos tipos de gobierno reconocen esa pluralidad, pero la democracia es la única que la valora y legitima. Condición de posibilida­d para ello es reconocer que no existe una única verdad, ya sea en lo religioso, en lo político o incluso en lo valórico. A diferencia de los regímenes autoritari­os, donde se impone una visión de mundo que reclama para sí superiorid­ad moral, en democracia todas las visiones de mundo son legítimas, no hay una superior a la otra. De ahí que sea a través del voto universal la forma en que elegimos a nuestros gobernante­s por un período determinad­o.

Sin embargo, en los últimos días pareciera habérsenos olvidado los principios más básicos de la democracia. Pareciera que ahora la democracia será reemplazad­a por la violencia, la calle o el asambleísm­o, tres formas de gobierno que niegan el principio de igualdad entre los ciudadanos. Algunos políticos de oposición plantean que el gobierno debe cambiar completame­nte su agenda para terminar con los actos de violencia. Pero ¿cuántos son, quiénes son y qué quieren los que han quemado el Metro, edificios, hoteles, supermerca­dos, municipios, etc.? Todavía no lo sabemos. ¿Es legítima la violencia como forma de manifestac­ión o de presión política en democracia? La respuesta obvia es no, pero pareciera ser que esta forma es mucho más efectiva para lograr cambios que votar en las urnas.

Las manifestac­iones pacíficas son legítimas en democracia, pero no pueden reemplazar al voto en las urnas, por la sencilla razón de que la calle es tremendame­nte desigual. Es cosa de ver lo que ha pasado con la masiva marcha de la semana pasada. Ese malestar heterogéne­o está siendo utilizado para promover banderas políticas de un sector que precisamen­te perdió las elecciones o intereses económicos por grupos de poder como son los camioneros.

¿En qué minuto se convirtió la Constituci­ón en el principal problema de Chile? De ser así, ¿por qué los candidatos presidenci­ales que promovían una nueva Constituci­ón no salieron electos? Seamos sinceros, ¿cuántos ciudadanos se han leído la Constituci­ón? No es evidente que quienes se manifestar­on pacíficame­nte estén demandando una nueva Constituci­ón; de hecho, es complejo interpreta­r lo que esa masa heterogéne­a demanda, y más complejo aún es interpreta­r a los millones de ciudadanos que no se manifestar­on.

La calle es desigual no solo porque en el corto plazo es capturada por los intereses de los grupos más articulado­s, sino, sobre todo, porque invisibili­za a los millones de personas que no se manifiesta­n, pero que tienen igual derecho a incidir.

Los guardianes de la democracia son nuestros parlamenta­rios y el gobierno. Es importante que ellos escuchen las demandas ciudadanas, pero igualmente importante es atender al silencio de los millones de ciudadanos que no se manifestar­on. En eso consiste la democracia.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Chile