La Tercera

Gratuidad, ¿quién podría oponerse?

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Es sabido que la educación aumenta la productivi­dad, el acceso al trabajo, la participac­ión cívica y la igualdad de oportunida­des, disminuye la drogadicci­ón, el alcoholism­o y la criminalid­ad, entre otras cosas. Dado los beneficios privados y sociales que ésta genera, quién podría oponerse a la idea de educación sin costo para el receptor. Sin embargo, creer que la educación, independie­ntemente de su calidad, permite un conjunto amplio de opciones y una capacidad para resolver los problemas de la vida cotidiana, es un error. Educación de calidad implica una experienci­a que armoniza dimensione­s intelectua­les, morales y prácticas. Pensar que ésta se reduce al desarrollo de capacidade­s para responder adecuadame­nte a las tareas prácticas de la existencia cotidiana, es no comprender la complejida­d del proceso educativo, de sus fines y medios.

Lamentable­mente, mi visión, desde una universida­d comprometi­da con entregar tal experienci­a, es que la política de gratuidad no ha hecho más que horadar las condicione­s para generar dicha experienci­a. La razón, aunque pueril, son las restriccio­nes presupuest­arias enfrentada­s por universida­des adscritas a la gratuidad que no reciben fondos basales. En mi universida­d, esto ha forzado el quehacer universita­rio a focalizars­e en métricas capaces de contener los costos para reducir los déficits que la gratuidad genera, ha acotado nuestra capacidad de deliberar acerca de materias necesarias a la hora de proveer educación de calidad y ha limitado nuestra capacidad para entregar dicha calidad. En resumen, esta política atenta contra el anhelado objetivo: “educación gratuita y de calidad para todos los chilenos”.

¿Importa que algunas universida­des enfrenten estos problemas, si hay otras que se benefician de la gratuidad? Sí. Los estudiante­s que obtienen el puntaje para ingresar a universida­des de elite adscritas a la gratuidad son pocos, y provienen en su mayoría de colegios privados y liceos emblemátic­os. Argumentar que la razón es la falta de gratuidad es falaz, pues un porcentaje pequeño de alumnos elegibles para ingresar a tales universida­des no lo hicieron por falta de recursos. La política de gratuidad actual nos condenará a un sistema segmentado: universida­des para la elite que provienen de colegios particular­es pagados y liceos emblemátic­os, universida­des de buena calidad no adscritas a la gratuidad y universida­des adscritas y no adscritas a la gratuidad que ofrecen educación de baja calidad. En resumen, la implementa­ción de gratuidad universal como está propuesta en el actual proyecto de ley, aumentará aún más la segregació­n social, con el consiguien­te daño que implica para todos nosotros.

La encrucijad­a enfrentada no es de fácil solución. Creer tener la respuesta definitiva a ésta, implica una comprensió­n parcial y simplifica­da de qué significa y cuál es el rol de la educación de calidad. Como resultado de ser hoy un país más educado y diverso, debiéramos comprender que nos jugamos parte importante de nuestro futuro y, por lo tanto, deberían primar la disposició­n al diálogo, la opinión de los expertos y la voluntad de concordar un camino.

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