La Tercera

Seguridad y gobierno

- Andrés Mahnke Malschafsk­y Alejandra Cerda Suárez Fernando Reyes Torres

Señor director: Con motivo del encuentro de todas las defensas públicas del continente en Santiago, hay algunas reflexione­s relevantes sobre las libertades públicas en la región.

La visión internacio­nal de los derechos humanos, que avanza hacia garantizar la seguridad de los derechos, contrasta con lo que ocurre en Chile, donde caminamos en sentido inverso. Nos centramos tanto en la subjetiva percepción de temor que aceptamos, incluso, relativiza­r garantías universale­s en pos de una “seguridad” que nos proteja del enemigo de turno, sin conciencia de que así afectamos nuestra propia libertad.

En 2009, la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (Cidh) emitió el Informe sobre seguridad ciudadana y derechos humanos, donde define como “gobierno de la seguridad” el tipo de seguridad pública que el Estado debe garantizar y agrega que varios países de la región han aplicado políticas ineficaces, basadas en “incrementa­r la presión punitiva; reducir las garantías procesales o bajar la edad de imputabili­dad para aplicar el derecho penal de adultos a niños”.

Otra reflexión se vincula con cómo el mundo entiende los derechos humanos, que ya no aluden sólo a ciertos delitos cometidos por agentes del Estado -como se creía en épocas de dictadura- sino que incorpora la vigencia de los derechos económicos, sociales, culturales y políticos, cuya vulneració­n ocurre ahora en los ámbitos de la prevención y combate al delito, la persecució­n penal y el sistema penitencia­rio.

El Ministerio de Justicia, el Instituto Nacional de Derechos Humanos y la Defensoría han impulsado la incorporac­ión de esos criterios al debate, pero aún queda mucho por avanzar. Si la discusión local sobre seguridad ciudadana sigue sin recoger esos elementos, no sólo nos alejaremos más de soluciones eficaces, sino que habrá nuevas afectacion­es de derechos tal como la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos ha sancionado recienteme­nte.

El acto de entregar un hijo en adopción es uno de los actos de amor más grande; sin embargo, la sociedad estigmatiz­a a la mujer que lo hace. ¿Por qué no trabajamos en nuestras creencias? ¿Por qué no facilitamo­s los caminos a esa madre embarazada? ¿Por qué no facilitamo­s los caminos a esa pareja infértil que desea adoptar? Hay tantas opciones como personas existen en este mundo.

¿Por qué no construimo­s puentes en vez de abismos? disponibil­idad de informació­n, ni la modernizac­ión de las policías estén en alguna agenda corta, larga, ancha o angosta.

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