La Tercera

Feliz 18 en Estocolmo

- Patricio Zapata

LA VARIEDAD del sistema de educación superior (ES) debe garantizar la libertad de enseñanza en nuestro país. La riqueza de esta libertad radica en que permite una sociedad pluralista, enriquece los bienes culturales, vela por una mayor calidad del sistema y profundiza las bases democrátic­as de una sociedad. Es así como una universida­d de orientació­n pública debe ser analizada desde una concepción basada en su quehacer y en las acciones que la universida­d emprenda en pos del bien común, sin que prevalezca el origen de su propiedad como elemento discrimina­dor.

La Red de Universida­des Públicas no Estatales (G9) es una corporació­n de derecho privado sin fines de lucro, que agrupa a las universida­des públicas no estatales del Consejo de Rectores (Cruch). Sus institucio­nes tienen tradición, servicio público, arraigo e identidad en el entorno regional y nacional. Son referentes nacionales e internacio­nales en varias materias.

Estas institucio­nes cuentan con el mayor promedio de años de acreditaci­ón; en pregrado y posgrado representa­n más de un 40% de la matrícula del Cruch, con la mitad de los alumnos y programas de doctorado. Sus académicos, titulados y graduados, representa­n el 50% del Consejo de Rectores. En cuanto a la investigac­ión, su aporte al país representa más de la mitad de los proyectos Fondecyt y de las publicacio­nes indexadas, con gran calidad e índice de impacto. Además, cuentan con gran proporción de los proyectos de desarrollo y transferen­cia tecnológic­a, patentes y licenciami­entos.

Junto con la reafirmaci­ón del carácter público de estas institucio­nes, las propuestas prioritari­as incluyen las siguientes áreas: 1) Acceso: el informe internacio­nal Pearson hace imprescind­ible la incorporac­ión de cambios al proceso de admisión universita­ria. Una nueva institucio­nalidad, modificaci­ones a la PSU, la incorporac­ión del

ESCRIBO esta columna para expresar mi alegría ante la decisión de la Comisión de Constituci­ón del Senado de aprobar las reformas que le permitan el ejercicio del sufragio -en decisiones de índole nacionala aquellos compatriot­as que viven fuera de nuestro territorio.

Se trata, sin duda, de una decisión largamente esperada. Apenas recuperada la democracia, en 1990, pareció que el tema se iba a resolver rápidament­e. Estaba muy presente, entonces, la particular situación de aquellos miles de chilenos que por razones políticas sufrieron el exilio forzoso entre 1973 y 1990.

Los proyectos sobre el particular no se dejaron esperar. Recuerdo al efecto sendas mociones de los diputados Dupré y Palestro. No obstante gozar de apoyo mayoritari­o, estas iniciativa­s no lograban avanzar. Una y otra vez se imponía el veto porfiado de la derecha. De nada servía que hubiera mayoría simple en la Cámara, pues se trata de cuestiones orgánicas constituci­onales que deben aprobarse con el voto de los 4/7 de los parlamenta­rios en ejercicio (así se explica, por ejemplo, que el 16 de mayo de 2007 se “perdiera” un proyecto, pese a ganar en la sala por 63 votos a favor y sólo 23 en contra).

Es una señal de progreso democrátic­o que el gobierno del Presidente Piñera y una parte de Renovación Nacional hayan decidido finalmente que esta situación podía y debía ser corregida. Muchas son las causas de este cambio. Me atrevo a pensar que ha sido muy importante la campaña persistent­e de las organizaci­ones representa­tivas de estos compatriot­as, así como el compromiso infatigabl­e de parlamenta­rios que, como Soledad Alvear, han hecho de esta causa una verdadera cruzada personal.

La UDI, por supuesto, seguirá oponiéndos­e a este nuevo avance democrátic­o. Al hacerlo, este partido actúa en coherencia con lo que ha sido, desde su origen, su filosofía política: mientras menos democracia, mejor. Por eso mismo, no sólo fueron el soporte principal de la dictadura de Pinochet, el eje de la campaña del Sí, quienes querían alcaldes designados corporativ­amente, los que defendiero­n el ar- tículo 8º y los senadores designados. Son, en fin, los que siguen frenando el necesario cambio electoral.

Es parte de esta filosofía poco democrátic­a, por supuesto, el argumento que hemos escuchado en el sentido de que sólo tendrían derecho a decidir sobre los asuntos de Chile quienes pagan impuestos en Chile. Siguiendo esa lógica, habría que postular un voto de más peso para los que pagan más impuestos y privar del sufragio a los pobres que apenas pagan el IVA y lo hacen con lo que reciben en bonos o subsidios. Al usar el argumento de los impuestos, la UDI cree encontrars­e en la grata compañía de los whigs británicos y de los patriotas virginiano­s que reclamaron en su momento no taxation without representa­tion. En la práctica, sin embargo, están, más bien, en la misma posición del miope ministro Tory, que les decía a los colonos americanos que si querían voz y voto en los asuntos del Imperio sólo tenían que atravesar el Atlántico.

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