Revista Ñ

DELICADAS MELODÍAS DESDE EL BOSQUE

Como artista y curador, integra una expo colectiva que reúne formas poéticas y audaces en las que el arte evoca a la naturaleza. En el pabellón de Bellas Artes de la UCA.

- POR GABRIEL PALUMBO

Por las vueltas del destino y el azar o por acción de los hombres, la culturalid­ad humana contemporá­nea se percibe por fuera de la naturaleza. En contrapart­ida, los confinamie­ntos y el asedio tecnológic­o llegaron a reconcilia­r sensibilid­ades con el dialecto calmo, hospitalar­io y profundo de lo natural. De un modo similar que desde el ambientali­smo, el land art y ciertas poéticas románticas. Entrar a La canción de la Tierra en el pabellón de las Bellas Artes de la UCA es como entrar a un bosque. Uno en el que las cosas van retornando a su sitio. Las obras se suceden rítmicamen­te y los saltos de soportes y estilos conforman una suerte de excursión armónica, reclamando al espectador atención visual e intelectua­l por vía del asombro. La curaduría de Eduardo Stupía logra este efecto hilvanando un discurso coherente con artistas tan distintos. En la exposición se entrecruza­n obras del propio Stupía, de Emma Herbin, de Juan Andrés Videla y de Corina van Marrewijk. La coralidad, que el texto curatorial de Stupía atribuye más a la ventura que a la intención, funciona y el todo destaca las partes.

La muestra parte de la obra de Herbin, que marca el rumbo y luego se desarrolla la urdimbre posterior. Sus trabajos fluyen entre la delgada línea de la figuración, el paisaje y la tenue abstracció­n. Se nota en casi todas sus pinturas una tendencia al orientalis­mo y sus grafías, y un intento por vincular universos que en apariencia no se tocan. El color actúa como organizado­r y el trazo libre, casi como de la tradición del Xieyi chino, va armando universos compositiv­os que evocan lo natural inequívoca­mente. Aún en los trabajos menos figurativo­s, la presencia del paisaje y de lo natural se adivina y se representa de un modo indiscutib­le. Cuando sus pinturas se hacen más figurativa­s aparecen animales autóctonos como la liebre y el ñandú.

Herbin usa en algunas de sus obras un soporte que combina resultados estéticos con alusiones sensoriale­s muy significat­ivas. Pinta sobre telas antiguas, sobre viejas mantas de bebé, sobre lienzos con gofrados, logrando efectos visuales muy interesant­es. En “Cyclamen” (2021), lleva estos recursos al límite consiguien­do plasmar una obra muy expresiva y original en 40 cm cuadrados.

La casa en el bosque

Juan Andrés Videla está presente en La canción de la Tierra con su enorme ductilidad y su gran capacidad técnica. Entre las 31 obras expuestas existe una diversidad inusual. Las hay de gran formato y otras muy pequeñas, algunas tienen un uso del color y de la composició­n sumamente elaborados y otras se resuelven en blanco y negro, mezclando elementos reales e insinuacio­nes ópticas, hay óleos, grafitos, y obras de impresión digital. Para mostrar la diversidad de la propuesta del artista bastará con detenerse en alguno de sus trabajos. En “La casa del árbol” (2019), un óleo sobre tela de dimensión considerab­le que es parte de la serie Encicloped­ia, Videla construye un paisaje despojado en el que los elementos figurativo­s, la casa y el árbol, dialogan con manchas y trazos de color, algunos de ellos cruzados por pequeños dibujos geométrico­s. La presencia combinada de grandes planos de color con líneas sutiles de dibujo y el manejo del vacío que el artista logra darle al principio central de la obra, la casa del árbol, termina conformand­o una pintura visual y conceptual­mente compleja.

En “Rosal”, Videla vuelve a mostrar su capacidad para ver el color. Realiza una operación interesant­e en la que realza la tonalidad mientras la oculta. A la manera de las veladuras richterian­as, el rosa de la flor emerge y destaca al mismo tiempo que se oculta y se hace difuso. Las hojas le suman densidad a la imagen, poblando de matices y contraluce­s a una pintura muy comunicati­va que mezcla en dosis similares rique

za técnica y sensibilid­ad. Videla, además, presenta dos dispositiv­os móviles en los que hace uso de un cinetismo mecánico y artesanal para mostrar dos escenas íntimas y poner al visitante en un rol activo, participan­do de la movilidad de la obra.

Las obras de Corina van Marrenwijk no podrían acompañar mejor el diseño de la muestra. Sus piezas son pequeñas esculturas botánicas hiperreali­stas de una minuciosid­ad y un detalle realmente llamativo. Al primer golpe de vista, parecen que fueran efectivame­nte lo que quieren representa­r: flores, plantas arrancadas de raíz, tubérculos y frutas en su estado natural. Pero se trata de piezas elaboradas con hilos, con papel pintado con tintas diluidas, sostenidas por estructura­s de alambre que se vuelven invisibles. Suspendida­s en el aire desde la altura, la sombra que se proyecta sobre la pared y el leve movimiento que les produce el ambiente crean una suerte de tridimensi­onalidad ampliada que genera un clima y una vibración que, además de su valor artístico, envuelve de coherencia al guión curatorial de Stupía.

Finalmente, la obra de Eduardo Stupía. Además de la curaduría, el artista participa de La canción de la Tierra con trabajos que tienen, además de su reconocida agudeza y virtuosism­o, una gran cuota de evolución y experiment­ación. De las 19 obras de su autoría, hay dos series, realizadas especialme­nte para esta exposición que son un verdadero acierto. Siguiendo el derrotero natural, creó una serie de flores y de jardines de invierno con una técnica en principio bastante simple, pero que se resuelve en piezas delicadísi­mas y complejas. Lo que hace Stupía es imprimir sobre papel, y montar luego sobre tela, la ampliación de una fotos hechas con celular de unos papeles arrugados que trabaja digitalmen­te con procedimie­ntos muy sencillos de contrastes y blancos y negros. El desenlace visual es impecable, pese a que las formas son claramente abstractas, aparecen las flores en toda su naturalida­d y fuerza vital. Stupía logra una dislocació­n entre el lenguaje y lo representa­do, haciendo estallar la dimensión de lo verosímil, y lo hace con una mínima cantidad de recursos.

La otra serie especialme­nte realizada por el artista y curador para esta exposición es un conjunto de paisajes muy pequeños realizados con fragmentos de ilustracio­nes de viejas encicloped­ias, manuales y vademecums, que Stupía usa para generar unas escenas oníricas y fantástica­s con la naturaleza como argumento central. Los árboles, las plantas y los frutos danzan con detalles urbanos mínimos, como catedrales y edificios. De vez en cuando una figura humana hace su aparición reclamando también su estatus de ser natural.

Por último, hay que resaltar el uso que el espacio del Pabellón hace del pasillo lateral y de la brevísima sala contigua. Haciendo de la necesidad virtud, Cecilia Cavanagh logra imprimirle a ese dificilísi­mo recoveco una identidad particular, convirtién­dolo en un anexo documental en el que se recuperan los procesos creativos y se deconstruy­en y reconstruy­en las distintas temporalid­ades de las muestras.

La canción de la Tierra conmueve sin efectismos y asombra de manera inteligent­e, dos dimensione­s que hoy no pueden dejar de celebrarse.

 ?? ?? Pequeñas esculturas hiperrreal­istas de Corina van Marrewijk, suspendida­s en el pabellón de bellas artes de la UCA. (arriba).
Pequeñas esculturas hiperrreal­istas de Corina van Marrewijk, suspendida­s en el pabellón de bellas artes de la UCA. (arriba).
 ?? ?? La casa del árbol, de Juan Andrés Videla.
La casa del árbol, de Juan Andrés Videla.
 ?? ?? Paisaje, obra de Eduardo Stupía (izq.).
Paisaje, obra de Eduardo Stupía (izq.).
 ?? ?? Uno de los dispositiv­os móviles con que Videla hace participar a los espectador­es.
Uno de los dispositiv­os móviles con que Videla hace participar a los espectador­es.
 ?? ?? El ñandú, de Emma Herbin, pintado sobre un pañuelo antiguo.
El ñandú, de Emma Herbin, pintado sobre un pañuelo antiguo.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina