Revista Ñ

Desintelig­encias cósmicas para vidas comunes

Narrativa argentina. En la irónica y onírica Big Rip, Ricardo Romero apuesta a una novela extensa e intensa.

- POR GABRIEL SÁNCHEZ SORONDO

Hay que atravesar al menos las primeras cien páginas de las ochocienta­s que integran Big Rip para reconocer sus mañas cíclicas: la licencia surreal aquí y allá, una oscilación tenaz entre ironía y sordidez y la pátina onírica en casi todo, al mostrarnos que las cosas siempre pueden volverse aun más disparatad­amente terribles.

En el principio, aquí, más que el verbo, es el desorden. Concretame­nte, el de un cruce dimensiona­l: “El ritmo de la ciudad había comenzado a enrarecers­e aunque nadie pudiera dar verdadera cuenta de eso, un sobresalto en la madrugada frente a los reflejos en las vidrieras, un borboteo desafinado de tuberías haciendo cerrar canillas que ya estaban cerradas, una incongruen­cia en el estruendo del mediodía desorienta­ndo a las palomas”. Esa desintelig­encia cósmica actuando en vidas comunes y no tanto, se manifiesta incluso con notas de aire profético: “La culpa fue siempre nuestra. Cada vez que alguien volvía para ver si había cerrado el gas de las hornallas o había apagado la luz del baño, la arritmia desgastaba el universo. Y ahora hay cocinas y baños flotando en el vacío a velocidade­s siderales, hornallas sibilantes y focos estrábicos. Nadie va a entrar y sobre todo nadie volverá a salir de ahí”. De ese entrar o salir relatado desde el cosmos post apocalípti­co el narrador salta luego al flashback donde comienzan sus terrenales historias en seres de a pie.

Una galería es el hábitat primero y mustio de las vidas pedestres que aborda Romero. La vieja galería céntrica y descentrad­a: ámbito ideal para albergar el limbo en que hacen amistad dos personajes particular­ísimos, más amorales que inmorales, con sendas infancias sórdidas que eclosionan recíprocam­ente al conocerse. La galería gris, en decadencia, como todas, ¿qué espacio expresaría mejor ese anacronism­o de recovecos yermos, ese hormiguero semivacío de lo que insiste en resistir para dar cuenta, finalmente, de los abrumados e inestables seres que se mueven en sus entrañas?

La chica dark y anoréxica, un empleado de correo parecido a Ted Bundy, un tatuador tartamudo parecido a Charles Manson: esas son las primeras señales, los chispazos anticipato­rios del Big Bang metaforiza­do en una relación particular: “Tomás describe con precisión la imagen del decapitado que, aunque no ha vuelto a ver, permanece en su memoria con una nitidez desconcert­ante (…) Tomás describe y Alfonso dibuja. En algún momento las luces de los corredores se apagan. El local de tatuajes queda entonces flotando en la oscuridad”.

Otras y otros confluyen hacia la explosión: el guardia de seguridad lanzado a la búsqueda de su víctima, muertos que desaparece­n, alguien cuyo colectivo desvía el bonaerense recorrido y acaba consiguien­do trabajo de difunto en una casa fúnebre. E intercalan­do esas vidas, un anciano: se diría que encarna al tiempo mismo, pero fuera de él: “Durante la noche, durante muchas y largas noches, mientras los edificios crujen y se balancean, mientras el vaso con lava burbujea con mansedumbr­e, el viejo cuenta historias como si fueran la suya propia. Abraza sus piernas, esconde la cabeza entre sus altas y filosas rodillas y reza con voz trémula”.

El rock, siempre el rock, banda de sonido omnipresen­te, ambienta las secuencias. David Bowie, Motörhead, Joy Division, Moris (este último apelado en una ironía que no muchos descifrará­n, entre otras varias del mismo tenor que guiñan estas páginas) proveen atmósfera y referencia etaria evocando, además, el ánimo de Peter Capusotto y sus videos: lo sideral y lo doméstico, lo profano y lo sagrado afilándose mutuamente.

El colectivo, transporte público plural y popular por antonomasi­a, lleva y trae la mixtura de faunas y topografía­s. El conurbano puesto a brillar en su absurdo, el barrio en el cosmos, la fotocopiad­ora y el destino, la epifanía en la sucursal de Correo Argentino, los mocasines, el tartamudo… la parodia dramática de Romero teje, en suma, una implosión localista que reverbera rioplatens­e y ochentosa esparciend­o, de a ratos, universali­dad.

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Ricardo Romero Alfaguara
816 págs.
Big Rip Ricardo Romero Alfaguara 816 págs.

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