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Aquella ciudad triste

- Juliana Rodríguez jrodriguez@lavozdelin­terior.com.ar

Una mujer en una habitación de hotel mira un teléfono celular que suena con ansiedad, pero no lo atiende. Después sale a la calle, empieza a caminar por una ciudad, sin rumbo aparente, en callecitas plagadas de turistas que toman fotos, la miran con cierta curiosidad, la ignoran.

Sofía, la protagonis­ta, recorre las calles de esa ciudad calificada como “la más romántica de Europa” como una sonámbula. Su semblante comunica un estado que puede ser tristeza, estupefacc­ión, shock. Ese estado tiñe la ciudad, hace un extraño efecto de contraste con las personas a su alrededor, crea una atmósfera que la envuelve y la acompaña adonde vaya.

Enseguida sabremos que, como tantos, Sofía llegó a Venecia para disfrutar de su luna de miel, pero una tragedia imprevista cambió los planes. Y ella se queda. Deambula.

Se pierde. Habla con extraños, se siente una extraña.

Como en otras películas del director Rodrigo Guerrero (El invierno de los raros, El tercero), Venezia encuentra un camino eminenteme­nte cinematogr­áfico para indagar en la sensibilid­ad de su personaje, en su búsqueda, y así crear un drama intimista. Allí donde otros ponen diálogos o monólogos, Guerrero apuesta por la calidad interpreta­tiva de su actriz (Paula Lussi) y las elecciones estéticas de la fotografía (a cargo de Gustavo Tejeda).

En el extremo opuesto de aquellos filmes que “aprovechan” las locaciones para mostrar solapadas postales de ciudades e incrustar en ellas una historia que las usa como mero fondo de pantalla, Venezia elige poner la densidad dramática en su entorno. La decisión de escapar el formato apaisado o panorámico, de usar luz natural y de trabajar en el montaje las escenas capturadas espontánea­mente en la ciudad aciertan en su objetivo. Venecia también puede ser la ciudad más triste del mundo.

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